Por Julián Gutiérrez
Entrar en
lo irreal es una manera de penetrar en el corazón de lo real.
(M. Carrouges)
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A través del espejismo. Fragmentos de Chile (Altazor,
2014) es la última publicación de Luis Andrés Figueroa (San Felipe, 1960). En
ella el autor parece sugerirnos, ya desde su título, el transcurrir de una
travesía visual donde lo ilusorio constituye el elemento permanente de un
tránsito que tiene a Chile como marco. A primera vista (o lectura), en los 44
relatos, repartidos en 8 unidades, que conforman el libro, el escritor nos
presenta –tal como en Al país de Poe,
su anterior libro de crónicas publicado en el 2003, también por Altazor–, un
sujeto que, en su andar, da cuenta de un decir en el que predomina la función
descriptiva por sobre el mero recuento o la sucesión de hechos. Pero esta prevalencia
de lo visual, de una mirada figurativa, según mi impresión, no sólo es un rasgo
característico de esta entrega, sino de toda la obra creativa de Figueroa. Es por
esto que, en este breve recorrido exploratorio, A través del espejismo será la seña e invitación a un viaje por gran
parte del territorio imaginario que Luis Andrés Figueroa ha construido en sus ya
más de 25 años de trayectoria literaria.
Comencemos por recordar entonces que, además de
los dos libros de crónicas ya mencionados, Luis Andrés Figueroa, como manifestación
una escritura forjada a fuerza de un sereno y riguroso oficio, ha publicado
también los libros de poesía Velas en el
agua (1992), Los secretos (1996),
Faros (2004) y Una forma de huella en la arena (2008); además del ineludible: Café invierno. Conversaciones con Ennio
Moltedo (2007). En todos ellos, el desplazamiento y la visualidad aparecen como
dos constantes complementarias de un ejercicio escritural que no deja de
afianzarse, hasta configurar un conocido supuesto fundamental expresado muy
bien por Michel Carrouges: No sólo las fotografías se sirven de cámaras oscuras
para lograr que nazcan sus imágenes al contacto de un líquido revelador. Los
trabajos del espíritu se llevan a cabo también en una cámara oscura interior,
donde las imágenes mentales se revelan proyectándose sobre la pantalla de la
conciencia.
Para Luis Andrés Figueroa, así como para Jorge
Teillier –solo por mencionar a un poeta cercano suyo–, la escritura parece significar
el deseo de ir más allá de los límites de la propia realidad. Ejercicio de un
tránsito que tiene que ver principalmente con la recuperación de los sentidos:
despertar la dormida percepción para superar las fronteras de lo aparente y
percibir ese “realismo secreto” que habita nuestro rutinario convencionalismo,
a modo de “significados y símbolos ocultos”. El camino es, según señales del mismo
poeta de Para un pueblo fantasma, llegar
a ser el habitante más lúcido de este mundo y del Otro. La ruta de un atento observador,
cronista, transeúnte, simple hermano de los seres y las cosas, pero siempre en
el sentido de trascender el “detestable presente” por medio de la imagen. Es
decir, escritura como descriptiva de un paisaje visto siempre como un signo que
esconde otra realidad: no la reflejada por el espejo, sino aquella que irrumpe del
otro lado. Única capaz de sacarnos del letargo de lo aparente, o del
enclaustramiento de la vida banal, como advirtieran los románticos, los simbolistas
y los surrealistas, al interior de un ya más largo transitar literario. Todos
los hombres pueden –si lo desean así– localizar en ellos un dominio interior
por donde les sería dado penetrar en el lindero de los mundos surreales. Si
ellos están ahora separados de estos mundos, es porque antes estuvieron
separados de ellos mismos, cercenados de su propio dominio secreto, nos dice Carrouges
a propósito de las convicciones que movilizaron a André Breton. Al respecto, en
una entrevista, el propio Figueroa nos confiesa su deseo: “quisiera expresar en
una forma poética prosaica una metafísica del “más acá”. Porque en lo más próximo
de la vida no dejas de reconocer el milagro”.
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Velas en
el agua, en tanto primer poemario de Luis Andrés Figueroa –compuesto en
su mayoría bajo la tradicional forma del verso, aunque algunos adoptan la manera
de la prosa–, además de explicitar vínculos con Lou Andreas Salomé, Virginia
Woolf, Rainer María Rilke, Lewis Carroll, Ennio Moltedo, Johannes Vermeer, Auguste
Rodin y Marc Chagall; sus páginas suelen aglutinar ya la voz de un hablante que
se aboca fundamentalmente a la descripción y narración de una exterioridad. Y
en donde la apelación a un “tú” es usada para decir-te que “No dejes la magia”:
No dejes la magia.
La luna es la bola de cristal
en las manos de la noche.
El gato duerme al borde de las hojas
y la neblina cubre, como un secreto, la
ventana.
A un soplo de vela de la noche
las palabras se apagan
y comparece la realidad dormida.
El mundo construido es uno atravesado por la
maravilla, a modo de “halo” sobranatural que puebla los textos: todos pequeños
paisajes (o cuadros) con presencias casi fantasmales: “Había niebla más allá de los caminos / y una
sombra cerraba sus ventanas”. Como el “secreto”
de un ejercicio de escritura, las palabras se orientan en la perspectiva de
construir un atisbo, una imagen o la representación de un “algo” que se deja
ver como un misterio. Es en esta unión, entre palabra e imagen, poesía y
visualidad, donde parece fundarse su poética, pues cuando en uno de sus textos
se pregunta: “¿Qué eres, poesía?”, inmediatamente se responde: “Rilke
escribiendo en las manos de Rodin”. Y donde lo mágico surge como intento del
ojo por hacer converger el mundo de la “realidad” y el de la “fantasía”, en una
especie de síntesis que busca cuestionar (nos) la noción de “verdad”, como en el
hermoso poema titulado “Mariposa”:
La mariposa (real)
es un pedazo de espejismo.
Dicha labor se agudiza en Los secretos, segundo poemario de Figueroa, donde el sentido sigue
siendo la palabra que devela, pero dejando ver con más intensidad el asombro e incertidumbre
que ocurre en los ojos de quien ve el fundirse de los mundos, a modo de “Mariposa
y luz”:
La mariposa parpadea como la luz.
La luz parpadea como una mariposa.
Los ojos se deslizan y se quiebran
no sabiendo si son ojos
mariposa
o luz.
En Una forma
de huella en la arena –poemario que constituye un sentido homenaje a Mario
Martínez “muerto junto al mar”–, Luis Andrés Figueroa, además de realizar un
recorrido por los territorios de la nostalgia y la muerte, explora las imágenes
de las violencias totalitarias como en un intento de ver “La otra cara de la
moneda”:
El sello que no vemos
tras la explosión en el frontis.
La sangre en los tapices
y el golpe de palo en el suelo.
Todo un hemisferio
en la otra cara.
O de la “Plaza” de Tian´anmen y su emblemática fotografía:
Como la piedra sola en medio del río
el joven inmóvil con sus bolsas de plástico
desvía la línea de tanques
entrando en la nada.
De esta manera, y tal como lo destaca Daniel Rojas
Pachas, el poeta, junto con reflejar espacios de anulación y el horror de las
prácticas dictatoriales, intenta mostrar –a modo subversión de la realidad–,
alternativas de un “otro lugar” expresadas a través de la mirada del ojo como
metáfora de la “utopía del espejo”. Esto es, según Rojas Pachas (citando a
Foucault), el “espacio irreal” que se abre virtualmente detrás de la
superficie: “Estoy allá, allá donde no estoy, especie de sombra que me devuelve
mi propia visibilidad, que me permite mirarme allá donde estoy ausente”.
De aquí entonces que, el señalado predominio de la
visualidad, la mirada fotográfica, la memoria “figurativa”, junto con adquirir centralidad
en la escritura de Figueroa, nazca casi siempre del trance de una “impresión”
imaginada en diálogo con lo literario. Entendido este como uno de los
territorios por excelencia de la realidad Otra:
la tradición leída y el lenguaje poético. En el caso de Al país de Poe, el autor parece subsumir lo que mira en una honda
lectura y donde los hechos que observa aparentan ser parte de una gran novela
que se lee y a la que pasan a formar parte autores y personajes de ficción. Es
claramente, en este libro, la mirada de un forastero que, desde su extrañeza,
se atreve a arrancarle un retrato a ese mundo por el que transita, dejando
entrever un comprensible dejo de soledad y melancolía:
[…]
Afuera el mundo pareciera desprender otra
historia mientras la luna norteamericana mira olvidada entre los árboles. Una
historia d soledad tal vez [...]
O como en partes del texto “Sobre caballos y
tormentas de verano”:
[…]
La calle es un sueño de mediatarde. Hay
jaulas abandonadas en los árboles con las diminutas puertas abiertas, similar a
un mundo sin niños. A veces, una regadera tirada en el pasto o una silla de
patas quebradas […]
Las múltiples escenas que reúne el texto,
configuran una especie de cartografía de la mirada de un viajero que, desde la
fisonomía de lo que ve, se adentra en el intento asir, sin la violencia de esta
palabra, el sentido profundo del paisaje y su maravilla. La mayor parte de
dichas representaciones corresponde a un paisaje en donde pareciera ocultarse
el ser humano, al manifestarse bajo el relieve predominante de lo natural y en
el que prevalece solo la mirada de quien describe. Y aquí esté, tal vez, toda
la humanidad de esta escritura: en la tremenda sensibilidad del ojo que muestra
e invita a mirar. Las pocas escenas protagonizadas por seres humanos, parecen
sacadas de extrañas películas en las que la soledad y el misterio son
condiciones inamovibles. Son ejemplo de esto: la escena del hombre que recoge
el excremento de su perro como si fuera aquello “residuos nucleares”, la del
niño que juega solo entre luces de neón en una fría navidad, la de un grupo de
jóvenes en un pueblo llamado “Valparaiso”, la de un niño que se ve llevado al
colegio, la de un expresidiario negro que vende flores, la de los clavadistas;
aquella historia que tiene como protagonista a Mr. Bradbury en “We are the
martians”, o la dolorosa escena del hombre y su sombra en “King day”… Lo demás,
profundas postales de una mirada que transita por distintos lugares de
Norteamérica: Saint Louis, Louisiana, Illinois, Chicago, Reno, California, San
Francisco, Washington, Nueva Orleans, San Stanislav, Philadelphia, Boston,
Nueva York, Manhattan, Nuevo México, Arizona.
No se trata de relatos estrictamente testimoniales –en términos de una
realidad previa que es transferida directamente a lenguaje o de una experiencia
que busca ser comunicada–, sino más bien pareciera corresponder a una escritura
que parte de una experiencia latente y que luego pulsa por ser revelada a
partir de un profundo sondeo en una memoria rebalsada, y que se va haciendo
–poco a poco– conciencia y lenguaje poético. En definitiva, se trata de una escritura
que, en tanto experiencia madurada, se transforma en conocimiento poético,
lenguaje secreto capaz de develar un mundo atravesado por la magia, sin la
ansiedad de una comunicación referencial y directa.
Con A través
del espejismo, entonces, Luis Andrés
Figueroa confirma su perspectiva visual madurada a partir de cada una de las
escenas que el sujeto escritor configura. Todo a modo de “episodios de la vida
cotidiana, […] jirones apenas de una realidad que el tiempo o la distancia han
desgarrado” como bien señala Gonzalo Gálvez. Quien luego precisa: “Lo suyo es
más una fotografía que una película documental, un poema antes que un relato”. En
este libro Figueroa, además de recorrer vastos espacios de su propia vida,
desde su infancia hasta episodios más actuales, en un desplazarse por lugares geográficos
que van desde su natal San Felipe, pasando por rincones de la zona del norte,
del sur y del centro de Chile, reafirma también la configuración de –dentro de
una manera particular de habitar el mundo– un modo de leer y percibir la
realidad. Si bien la memoria personal aparece como principal fuente de aproximación,
se trata de una memoria que, a modo de “caja oscura”, tiene la potencia de develarnos
detalles de la geografía y la historia de un país entero. Esto porque su
perspectiva, junto con ser agudamente individual, es profundamente ciudadana en
su capacidad de poner a los lectores en contacto con dimensiones más profundas o
no imaginadas de nuestra realidad histórica, como en “Manto”:
Estallaron los hemisferios. Los pájaros
volaron de los árboles. Luego depositaron sus sombras gota a gota en un hilo. Y
adentro o afuera, la cabeza devastada sobre un oquerón de felpa y alamedas.
El disparo en la boca de la tragedia.
La gota de la memoria cae con sus ojos en
la piedra mientas la ceniza remueve sus últimas manos en el Palacio Vacío. El
eco de los hawker hunter unido al
estampido del champagne comienza su descenso en la sombra sin nombre. La cabeza
inclinada sobre el hombro sangrante: el nuevo nudo de la trama. Y el cuerpo es
retirado, envuelto en un tejido de sueños.
El simple manto sobre los sueños rotos.
Como podrá darse cuenta el atento lector, su
escritura sugiere, no sólo el maravilloso ejercicio de recordar, en el sentido
etimológico del término (recordari: “volver
a pasar a través del corazón”), sino
también, un explorar las posibilidades de la imagen y el lenguaje mismo que
sostiene ese pensar-imaginar el pasado que vuelve. De este modo, su escritura hace
confluir, en un mismo lenguaje, la inocencia y la ironía, el arte y la técnica,
la magia y la ciencia, la fantasía y la realidad, el sinsentido y la
irracionalidad, a modo de “Mago”:
“¿Qué costaba hacer desaparecer una moneda
si luego haría desaparecer a la muchacha”.
Las palabras aquí se unen, como en “Las Pléyades”,
a modo de “[u]n puñado de semillas en la tierra oscura de la noche”, siempre
con la capacidad de iluminar zonas ocultadas, olvidadas o que están fuera del
límite del saber administrado. Esto en el sentido de las posibilidades que
surgen a partir de la metáfora del espejo, que tan bien explora el poeta en su estudio
titulado Al sur del espejo. Carrol y la
invención de la maravilla y el sinsentido en la poesía chilena del siglo XX (UMI: 2000).
3
Finalmente, y más allá de paralelismos con la obra
de Lewis Carroll, es posible advertir en la escritura de Luis Andrés Figueroa,
la práctica de una mirada o manera de ver liberadora que pulsa por resistir
ante las lógicas hostiles y reduccionistas vigentes. Responsables –estas– de la
degradación (muerte dirán otros) de lo sustancial y del surgimiento de lo banal,
tan presente en la cultura de hoy. Aquella del espectáculo y del consumo. A
través de su práctica escritural, el poeta parece enfrentarse al supuesto
triunfo, no solo de lo infundado y de lo convencional, sino que también del
relativismo valórico y del recorte drástico, a veces cínico, de los anhelos.
Contra esa amenaza implicada en el hecho que las cosas se articulen de una
determinada forma, o economía, y que se cierre el paso a todo lo que pueda
inducir a una detención y constituir un acto transgresor para esa economía. De
este modo, la escritura de Figueroa parece convertir en visión poética lo que
el dominio vigente 1) no deja ver o 2) no deja constituirse, ya sea esto 3) realidad
posible o 4) acontecimiento de vida: epifanía del ser. Pues, tal como advierte
Giannini, citando a Pascal, si hay algo amenazante hoy, eso es que: “[Q]uemamos
el presente que tenemos (lo efímero) por un poder ser que, en última instancia,
se reduce a mero anhelo de poder. Porvenir sin porvenir, sin trascendencia”.
***
REFERENCIAS:
Carrouges, Michel. André Breton y los datos fundamentales del
surrealismo. Trad. Ángel Zapata. Madrid: Gens Ediciones, 2008.
Gálvez, Gonzalo. “A través del espejismo y de lo que
nosotros encontramos allí: notas sobre un libro de Luis Andrés Figueroa”. Letras en Línea. UAH. 2015. 2 agosto
2016. http://www.letrasenlinea.cl/?p=7077
Giannini, Humberto. “Utopías de
lo efímero”. Utopía(s). Seminario
Internacional Santiago de Chile, 1993. División de Cultura, Ministerio de
Educación, agosto 1993. 59-63.
Pellegrini, Marcelo. Confróntese con la sospecha. Santiago:
Editorial Universitaria, 2006. 40-48.
Rojas Pachas, Daniel. “Una forma de huella en la arena:
Nostalgia y violencia en la poesía de Luis Andrés Figueroa”. Letras.s5. Proyecto Patrimonio. 2010. 2
agosto 2016. http://letras.s5.com/arp090710.html