Por Julián Gutiérrez
La mujer arrastra su historia en
la historia.
Helene Cixous
Boca pálida es un
poemario escrito en homenaje a las mujeres detenidas desaparecidas. Fue
publicado en el año 2003, con ocasión de los 30 años del golpe de Estado. En
ese contexto, los ejemplares de la edición fueron donados casi en su totalidad
por la autora a las familiares de las víctimas. Hoy, a 50 años del golpe y
considerando los tiempos que corren, la vigencia del problema y la contundencia
de esta obra —que Stella Díaz Varín presenta como “épica que no es leyenda ni
virtualidad”—, su reedición y lectura se hacen más necesarias que nunca.
Soy la que no
vuelve
la que miente
su partida
la culpable
de llorar a solas
ahora que
nuevamente
me golpean
las nubes del espanto
Así se presenta la voz a través de la cual Isabel Gómez asume, con
sensibilidad y rigor, el compromiso de hundirse en la tragedia de la
desaparición forzada, evidenciando: el denuedo de la poesía y la aberración
fascista. La escritura poética, con su carga de vuelo y penuria, de fantasía y
de restos de memoria, configura aquí, como bien dice Díaz Varín, una aguda
conciencia “del drama vivido por las mujeres en su tremendo duelo, que aún
persiste”. Esto, bajo la premisa probable de que, antes de reducir a las
víctimas como aquellas que alguna vez fueron, sea mejor llevar a cabo su
pensar colectivo y proyectarlo en el espacio y el tiempo actuales:
Nuevamente
septiembre
y la ciudad
no logra escapar de mí
¿Podré
alcanzar sus recuerdos
abrazar estos
lenguajes
y cogerlos
donde pueda
ver mi corazón?
Formalmente el libro es un poema largo que, en tanto
contradiscurso, evade la tradición del texto centrado y unitario, para constituirse
en una textualidad fragmentada: una “totalidad compuesta de partes”, como diría
Helene Cixous. En definitiva, una urdimbre multívoca, de sintaxis relativamente
breve y con ausencia de puntuación. A través de los 361 versos que conforman el
poema, la voz predominante parece reafirmar dicha actitud de contrapunto al configurar
un periplo en el que: se presenta, interpela y entra en sí; vuelve a lugares,
busca, intenta ver y describe; se abisma, entra en lo indecible y cuestiona la
palabra; solidariza, se convierte en otras y se colectiviza; para, finalmente,
volver a sí mismo y a la madre: “Madre / pon tus labios sobre mi corazón”. Manifestación
de un decir solidario, claramente femenino, que simboliza: el transitar de un
colectivo históricamente denostado, marginalizado y vulnerado y,
particularmente, la lucha de las mujeres desaparecidas: “Arrojaremos tumbas / hacia
adentro de nosotras / tal vez veas mi corazón”.
La voz asume el dolor de las que no están, explorando, con
sutileza, las acepciones de la palabra “volver”, 1) en tanto perífrasis que
indica la repetición de algo, en este caso, de la muerte, y 2) como regresar
—la esperanza del aparecer—: “…volver a morir / …volver”. Esto en alusión al
tormento cotidiano de los deudos sobrevivientes que viven el “trauma permanente”
por causa de esa dualidad muerte-vida que deviene vacío: ausencia presente.
Condición que en el poema se refuerza a través de una serie términos como:
“abismo”, “precipicio”, “tumbas vacías”, “huesos”, “ataúd”, “cementerios”,
“frío”, “olvido”, “silencio”, “sombra”, “oscuridad” … un campo semántico que
gira en torno a la metáfora de lo espectral: presencia fantasmal que atraviesa
a los lugares, al tiempo, a los cuerpos y a la escritura misma:
Entierro los ojos
en la nada
a la
intemperie de ti
Soy un
espectáculo de sombras
oscureciendo
el paisaje…
El poema se
oculta moribundo
acaso alguien
lo escuche
y termine
este insomnio de cadáver…
Al ahondar en el dolor y el espanto, en la búsqueda y el trauma
histórico, la poeta hace frente a la marginación, la negación y el silenciamiento
instalados, convirtiendo su discurso en el de una disidente que afronta la
alevosía de un mundo que, con su orden y “ruido mercenario”, impide la palabra
propia, la verdad y la memoria. De aquí
que su intento declarado sea: “Reconstruir esta historia / bajo el hueso tardío
del tiempo”. Y su acción, un claro gesto de contramemoria —por su condición de
relato minoritario y extraoficial— que le lleva a hundir “su voz / en palabras
que han muerto”, con el deseo explícito de que: “no vuelvas a la muerte”.
Expresión de una escritura que se plantea, desde el amor, como gesto salvífico,
como “ejercicio de resurrección”, como diría Raúl Zurita. Como ejemplo, estos
versos que dan cuenta del anhelo o impulso utópico que moviliza a la voz
poética:
Las mujeres
lloran
y abrazan
esta melancolía
A veces me
dan ganas de traerlas hasta mí
transformarlas
en vida para
que
amanezca
Si en la visión del semejante, como dice María Zambrano, va
implicada la interioridad de quien mira, es posible plantear que Boca pálida
deja entrever la tragedia de las víctimas de la desaparición como algo que se
extiende, de una u otra manera, a todas las mujeres anuladas por el orden
patriarcal: “envejecemos / como fantasmas atrapados en su propio duelo”. Esta
constatación, “de siglos mirando la tristeza”, lleva a la voz predominante, que
es (insisto) solidaria y colectiva, a transitar desde la rabia y el desengaño
al compromiso de un retorno: reaparecer ante sí y, con ello, con todas, como
manera de honrar la lucha de las caídas en tal redención: “…trato de nacer y
juntar los huesos / de cualquier nombre sin identidad… / Dejaré que los muertos
/ liberen todo lo que soy”.
Con todo, y siguiendo el entendido de que “la materia de la
memoria no es el pasado sino nuestra versión actual de esa zona inaccesible del
tiempo”, como dijera Enrique Lihn, tal vez sea posible reafirmar aquí que: La
escritura poética construye conciencia y, con ello, humanidad. Y este poema, al
aproximarse a una zona indecible, como lo es el trauma las mujeres desaparecidas,
no sólo es huella del horror histórico, sino que además es signo de una lucha: la
insurrección de la mujer frente al orden excluyente y que se lleva a cabo denunciando
y resistiendo, sondeando la memoria y las posibilidades del lenguaje, la
injusticia y la esperanza, la muerte y el rescate de sí. Manifestación de una
épica. Pues, el sueño libertario, al ser ejecutado por Isabel Gómez en su
escritura, de alguna manera, “hace aparecer”, pone ante nuestros ojos, vuelve
a la vida, el pensar colectivo de quienes homenajea: la rebeldía y
esperanza palpitante de aquellas mujeres desaparecidas por las fuerzas
fascistas y que resistieron a la dictadura civil - militar que sigue abierta:
Voy a dejar
mi rabia lejos de ti
Chile
he guardado
en tu alma mi nombre
para que no
sangre
No dejarás
que este charco de olvido
cubra mis
sueños…
REFERENCIAS:
Cixous, Helene. La risa de la medusa. Ensayos sobre la
escritura. Trad. Ana María Moix. Barcelona: Anthropos, 1995.
Lihn, Enrique. “Versiones de la memoria”, El circo en llamas,
Santiago: LOM, 1996.
Zambrano, María. “Avidez de lo otro”, Debate feminista,
Vol. 13, México D.F., abril 1996.
Zurita, Raúl. “Discurso de agradecimiento” Premio
Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, Chile, 2016.
Isabel Gómez (Curicó,
1959). Poeta y directora de la Sociedad de Escritores de Chile. Cursó estudios
de Pedagogía; Licenciatura en Educación y Magíster en Ciencias de la Educación,
en la Universidad de Los Lagos, Sede Santiago. Entre sus publicaciones poéticas
destacan: Un crudo paseo por la sonrisa (1986), Pubisterio
(1990), Versos de escalera (1994), Perfil de muros (1998), Boca
pálida (2003), Dasein (2006), Enemiga de mí (2013) y Los
días que no escribí (2019). En 1997 recibió el premio Pablo Neruda.
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