Luis Correa-Díaz es un poeta oculto para la mayoría de los lectores de poesía en Chile. Es usual que aquello ocurra en una cultura occidental que -parafraseando a George Steiner- comienza a abandonar la palabra y a privilegiar, sobre todo, la imagen, dejando la lectura y la escritura en una situación de aislamiento. Sin embargo, en países como Chile, el lugar precario de los escritores que conlleva el encogimiento del mundo de las palabras, se acentúa cada vez más debido a la carencia de espacios de recepción de las humanidades, y más aún de la poesía. Si sumamos a esta mirada cartográfica que los comentarios y la circulación de la poesía se ven acorraladas por la falta de diversidad de lecturas, podemos sopesar el precario medio cultural en que se desenvuelve el escritor. Si un investigador visita los anaqueles de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional, podría contrastar la variedad de lecturas críticas existentes en los años cincuenta o sesenta, con un excelente nivel y, además, publicadas en los periódicos. Si uno pensaba que la democracia iba a traer consigo una pluralidad de enfoques, estaba equivocado. La política cultural chilena ha privilegiado el efectismo, y el trabajo poético, que no se adecua a dicha estridencia, permanece soterrado bajo el peso de una indiferencia culpable. Si, además, agregamos a este desierto que algunos poetas chilenos se han trasladado por razones intelectuales y vitales al extranjero, se hace todavía más patente la intemperie a la que queda sometida su obra.
Este es el caso de Luis Correa-Díaz. Poeta que reside actualmente en Estados Unidos, donde enseña literatura latinoamericana, dedicándose a distintos temas de investigación dentro de dicho ámbito. Entre sus libros destacan: Lengua muerta: poesía, postliteratura y erotismo en Enrique Lihn (Providence, Rhode Island: INTI Ediciones, 1996), a estas alturas un texto de culto para lectores de Lihn; Todas las muertes de Pinochet: notas literarias para una biografía crítica (Muncie, Indiana: Ball State University, 2000); Una historia apócrifa de América: el arte de la conjetura histórica de Pedro Gómez Valderrama (Medellín, Colombia: Universidad de Eafit, 2003); y Cervantes y/en (las) América(s): mapa de campo y ensayo de bibliografía razonada (Alemania/España: Edition Reichenberger, 2006). Así como una extensa cantidad de trabajos publicados en revistas especializadas, donde resaltan sus estudios sobre Cervantes y escritores latinoamericanos: Juan Gelman, Ernesto Che Guevara, Roque Dalton, Jorge Luis Borges, entre otros. En todos ellos Luis Correa-Díaz inaugura un enfoque propio, que tiene la virtud de conservar la rigurosidad exigida por la academia y, al mismo tiempo, entrelazar una mirada que espejea de cierta manera a su poesía y lo revela como poeta. En este sentido, me parece que es uno de los escritores jóvenes más cercanos a Pedro Lastra, tanto en la importancia de sus lecturas como en el evento poético que ellas ostentan.
A pesar del desconocimiento que se tiene de su escritura, afortunadamente en el último periodo las noticias que Correa-Díaz trae del extranjero se han incrementado, pues desde el año 2003 el poeta se ha asomado esporádicamente a Chile. Sabemos que después de largo tiempo publicación un libro de poesía: Diario de un poeta recién divorciado (Santiago: RIL Editores, 2005) y ahora, a esta publicación, se acaba de sumar durante este 2006 su poemario Mester de soltería.
Aun cuando existen diferencias evidentes, estos dos libros tienen una íntima relación. De acuerdo a Luis Valenzuela, una forma de ingresar a Diario de un poeta recién divorciado es ponerlo en relación con el coloquialismo de Nicanor Parra -aunque esto habría que estudiarlo más a fondo- y con la figura de Woody Allen. El acierto de esta interpretación consiste en el lenguaje ocupado por el poeta y la manera de abordar el tema del fracaso amoroso (en su dimensión individual y social): el uso de expresiones de la cultura popular chilena y latinoamericana, y el modo lúdico de enfrentar el quiebre marital, rayan en un humor que ironiza más al amante que a la persona amada, más al sacramento (y su correspondiente institución civil) que a estos dos dramatis personae. Este libro aporta una mirada renovada del desgarro amoroso, que puede explicarse al agregar un tercer faro de lectura a los mencionados por Valenzuela, y consiste en las influencias cervantinas en la escritura de Luis Correa-Díaz. El desamor no comparece enfrentado a la gravedad del dolor o a la desesperación que provoca usualmente este tópico en la poesía chilena (piénsese en Pablo Neruda, Enrique Lihn, Rodrigo Lira, entre otros), sino que es puesto en la distancia que provoca al poeta verse a sí mismo envuelto en la tragicomedia de la vida marital. Y desde esta perspectiva es que el Diario ... se entrelaza con su último libro Mester de soltería.
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Este poemario constituye el tercer número de la recientemente inaugurada colección "Cuadernos de poesía" de la Editorial Altazor, dirigida por Patricio González, el mismo editor que trabajó con Gonzalo Millán en la revista El Espíritu del Valle. El lector puede quedar complacido ante la elegancia de esta edición, que lleva en la portada una sugerente pintura, cortesía del artista brasileño Siron Franco. Ahora bien, refiriéndonos propiamente a la escritura de Mester de soltería, lo mencionado en la contraportada del poemario sirve como vínculo en relación con el trabajo que viene efectuando el poeta, que, pese a las obvias diferencias de estilo y tópico respecto del Diario ..., guarda una estrecha consonancia con su poética: "Mester de soltería reúne poemas escritos en los últimos siete años -algunos, eso sí, vienen del olvido también- y se suma a otros mesteres que andan todavía sueltos en nuestras letras americanas. Aquí parece el autor querer decirle al lector (aunque no debiera, porque de seguro sabe que mucho de lo suyo no es nada nuevo): "¿oístes vos mis penas nunca usadas?" Penas que, no obstante, muestran siempre un lado risueño, muchas veces (auto) paródico, ya que son mas que cualquiera otra cosa eso: palabras de valor escritas con tinta agridulce". El color de esta tinta recorre la poesía de Correa-Díaz desde su primer libro, derramándose primordialmente en los aspectos risueños y trágicos del erotismo, la religiosidad y la política.
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Si consideramos que la mayoría de los poetas tiene una suerte de relación erótica con la página, se puede aquilatar la relevancia que sustenta el erotismo sacro y revolucionario en la poesía de Correa-Díaz. Marcelo Pellegrini, en el capitulo "Domeñar el coloquio" de su excelente libro sobre poesía chilena de los 90 dedicado al poeta, descubre esta característica de su escritura en la recurrencia a la oración en el poemario Rosario de actos de habla (Santiago: Imprenta Ñielol, 1993). Esta interpretación puede aplicarse también a otros poemarios del autor como Ojo de buey (Santiago: Aleda Ediciones, 1993), o Divina Pastora. Jaculatorias apócrifas (Santiago: Biblioteca del Niño Expósito, 1998). En ellos se juega con los múltiples sentidos y funciones...
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Jorge Polanco
Taller de Letras UC
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