Diario de un poeta recién divorciado oscila entre una poética del desamor, de la desdicha, y una estética de la experiencia cotidiana, del diario íntimo, juguetón y auto-paródico. En este poemario, Luis Correa-Díaz propone una poesía que se ríe de sí misma, llena de dichos, juegos de palabras y alusiones intertextuales. Desde el principio, nos enseña las reglas de la lectura con un lenguaje que se desdobla constantemente. El mismo título es un guiño al lector, una alusión divertida al conocido poemario de Juan Ramón Jiménez, aunque Correa-Díaz se sitúa desde la ruptura, no ante la nueva vida del recién casado, sino ante la (des)ilusión del “recién divorciado”. Su viaje es muy diferente al de Juan Ramón Jiménez, es principalmente “interno”, sin ciudad ni campo; no explora los poemas en prosa del vanguardista, pero sí revela un lenguaje coloquial, con toques prosaicos y humor ingenioso y satírico: un yo poético que se viste y se desnuda en su día a día.
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En la advertencia, el lector se encuentra con una decisión: creer o no creer, culpar o que nos de igual la “culpabilidad”. El lector que necesita a un autor puede “culpar” a Correa-Díaz, pero la voz poética se ficcionaliza y quiere cubrirse con la capa del anonimato, deseo palpable en sus poemarios previos. Además, el texto tampoco es autobiográfico, si se considera que Correa Díaz nunca se ha casado ni divorciado. Si no necesitamos un nombre, un autor, entonces la lectura debe ser como un tránsito, como el de “A une passante” de Baudelaire. Solo que esta vez el encuentro y la despedida, “anónimamente”, entre el tú y el yo, no están definidos por el amor fugaz y eterno de la calle parisina, sino por los restos de una relación, productos del divorcio, tan característico de la sociedad moderna. Estos ciento veintiún poemas están marcados por la ruptura, con todas las denotaciones que encierra la palabra.
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El primer poema inaugura y describe al poemario como “epitalamio funesto,” en vez de celebrar una boda, celebra un divorcio. Como buen juglar, el hablante aclara que “los fines didácticos” son su propósito fundacional. ¿Pero qué podemos aprender? ¿qué desea enseñarnos? En el poema 87, la voz poética quiere recordarnos este comienzo:
.....................Reitero el propósito:
.....................pura pedagogía social
.....................la poesía debe reírse
.....................de sacramentos nulos
.....................y echarle pa’elante
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La poesía debe ser irreverente ante toda autoridad literaria, social, religiosa, pero sobre todo, ante el fracaso del matrimonio, el “sacramento nulo”; sus “fines didácticos” son tanto sociales como estéticos. El texto está cargado de ironía, y se ríe de sí mismo, pero también en esta poética del “diario vivir” o “diario morir”, como se sugiere en el poema 69, hay una necesidad de aprender a sobrevivir, a sobrellevar el trauma de la ruptura, a través de su poetización: “Como sacarse este diario vivir / de encima / sin quedar en los huesos” (poema 4). El yo poético necesita expulsar, “sacarse” del sistema este diario, sin dejarse a sí mismo por completo, con la carne en el asador –no quiere que la poesía lo consuma.
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Diario de un poeta recién divorciado está repleto de alusiones literarias y culturales, pero Correa-Díaz también apunta a su propio pasado literario. En el poema 5, en su parodia de la ceremonia, el matrimonio también trastoca paródicamente el título de su poemario de 1993, Rosario de actos de habla:
.....................Los declaro marido y mujer.....................hasta que la muerte…
.....................nuestra madre soltera los dé a luz…
.....................Acto de habla(duría) / epitafio
.....................en la arena
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Esta metáfora del casarse, de la promesa como “acto de habla”, se intensifica con la comparación con un epitafio, inscripción sobre un sepulcro que lejos de implicar la permanencia de la muerte, implica la fugacidad de esos “actos de habla,” de ese amor que se difumina y se borra en la arena.
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En su análisis de Rosario de actos de habla (1993), Marcelo Pellegrini destaca el uso de dichos y el lenguaje coloquial de Correa-Díaz. Una poética: “bajo un irónico y muy fresco uso del idioma hablado chileno y sus particulares coloquialismos… este rosario nos relata las vicisitudes de sus dichos y las angustias de su dicha” (Pellegrini, Marcelo, “Domeñar el coloquio”, Confróntese con la sospecha. Ensayos críticos sobre poesía chilena de los 90. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2006, pp. 34- 35). En el Diario de un poeta recién divorciado también encontramos algunos chilenismos, como la palabra “pucha” (poemas 30 y 44), y lo que Pellegrini destaca en Rosario como el “ustedeo”, pero en este libro los chilenismos no predominan, y los dichos que abundan, no son particulares de un solo país de habla hispana. Desde “ojos que no ven corazón / que no siente” (poema 26), y “por la boca / muere el pez (poema 66), hasta “cada oveja con su pareja” (poema 103), los dichos aparecen en itálicas para subrayarlos como citas y separarlos de los demás versos. Correa-Díaz integra dichos y frases hechas (poemas 7, 14, 17, 24, 31, 36, entre otros) para acercar su poesía al habla cotidiana, a lo diario, pero, a la misma vez, esos dichos están en diálogo con sus propias metáforas, juegos de palabra y la estructura del poema. Correa- Díaz sugiere en un reciente correo electrónico que el proceso de poetizar es comparable a la “laboriosidad de un orfebre”. Al preguntarle por qué le interesaban tanto los dichos, contestó que “un dicho (chileno o no), una cita de bolero, una frase en latín, unos versos de otro (en inglés…), una referencia a algo cultural (de cualquier nivel), o el mismo gesto intertextual y de oposición al poemario de JRJ, aparece en un armado… en eso pongo todo mi esfuerzo”. Por lo tanto, “no importa tanto el dicho sino en cómo está enmarcado”, sostiene, al final. Cuanto más leo este poemario, más se revela el empeño formal que está detrás de la mayoría de estos poemas.
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Diario de un poeta recién divorciado se caracteriza por poemas cortos, sin títulos, enumerados, y entre otras cosas, sin puntos finales. Sí, hay signos ortográficos, pero no hay puntos finales, como si el día nunca llegará a su fin, y como si el texto pudiera leerse como un poema largo con ciento veintiuna partes. Cada poema puede interpretarse también como una “entrada en el diario”. En el poema 39 señala que: “En esta entrada del diario / no tengo nada entretenido / que decir…” Estas entradas “entretenidas” poetizan la gran salida de una relación. Pero estos poemas destacan constantemente su multiplicidad de opciones, “salidas” y “entradas”, “encuentros” y “despedidas”; el poemario juega con las letras, no solo con los números, y algunos poemas tienen varias versiones como el 12A y 12B, o el 109A, B y C. Estos textos se pueden leer como “secuencias”, que surgen consecutivamente, y que a veces tienen alguna conexión directa, ya sea un juego de palabras o un tema en común. Por ejemplo, la falta de comunicación en el poema 49A: “Un día empecé/ empezaste / a hablar una lengua oscura / y se nos nubló el corazón”; y el poema 49B que reflexiona sobre los efectos de lo que ocurrió ese “día” en la pareja. La extrañeza de no hablar el mismo idioma los lleva a “desconocerse”: “De repente fuimos extranjeros / otra vez, hablando cada cual / su propia lengua, muerta”.
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En este libro se borran los límites entre “lo culto” y “lo popular”, todo elemento cultural puede ser “poetizable”. Las citas en múltiples lenguas y las referencias son materiales de construcción, maleables; como me sugiere Correa-Díaz, son como en un juego de cartas “especie de comodines (de propiedad común) que el jugador usa a discreción para completar su mano”. En este Diario hay alusiones desde Juan Luis Guerra y Lady D y el príncipe Carlos, hasta El cantar de los cantares, Edipo Rey, Cervantes, Quevedo y Neruda, entre muchos. Pero como ya ha indicado Pellegrini refiriéndose a Divina Pastora (1998): “Lo suyo no es un homenaje solemne a los maestros, ni una teorización sobre la intertextualidad: estamos ante una jocosa…reelaboración de todos los materiales poéticos posibles” (36). Por ejemplo, la reflexión sobre Lady D y el príncipe Carlos en los poemas 109A, B y C, es pertinente no solo porque su ruptura fue el paradigma del divorcio más escandaloso del siglo veinte, sino porque en estos versos resalta el deseo intrínseco detrás de toda separación: la búsqueda de felicidad. “De tanto estar casados / nos salió una n” (poema 29). Cansados, frustrados, aislados, “sobrevivientes que nadie / rescata todavía… c/u en su tabla entre olas… Cada uno en su isla… Cada uno en su cada / uno…” (poemas 47A, B y C). Las metáforas del divorcio como un naufragio, de la soledad como un mar que los tiene a la deriva, sugieren que las mismas palabras son palas con las que maniobrar y el diario es una tabla más que le permite flotar a ese yo náufrago, a sobrellevar y poetizar la desdicha, entre dichos y risas.
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1 comentario:
Celebro encontrar comentarios a libros de Luis Correa-Diaz (es curiosa esa forma de aunar los dos apellidos en países donde el de la madre desaparece a la fuerza), de quien sólo he leido "Bajo la pequeña música de su pie", impreso en 1990 y algunos poemas aparecidos en Internet. Es un poeta que merece difusión.
Cordialmente,
Laura
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