Las crónicas de Francisco Véjar están cargadas con la sustancia y el sabor de la vida. Son verdaderas fotografías que ilustran un segmento del panorama literario del Chile de los últimos 30 años, aunque la introspección en algunos casos se hunde todavía varias décadas más en el túnel del tiempo.
A sus páginas concurren imágenes de escritores y poetas emblemáticos, y consigue insuflar vida y contingencia a muchos de los que ya han partido, dejando la enigmática estela de letras y pasos. Conmueve la cercanía de la voz narrativa con el genio y figura de estos “animales literarios”, por tomar una frase patentada por Enrique Lafourcade a la hora de referirse a las plumas nacionales, quien, por cierto, también es uno de los convocados en este álbum de crónicas, publicado recientemente por Tajamar Editores, 2009.
Francisco Véjar ha tenido la oportunidad de internarse personalmente por los laberintos cotidianos de los catorce escritores retratados en sus crónicas, rescatando con hábil y minuciosa pluma de poeta, algunos tesoros para el baúl de la literatura chilena, gracias a su capacidad para establecer lazos íntimos con quienes comparten un oficio semejante al suyo. Los inesperados, entrega un perfil de poetas y escritores: Claudio Giaconi, Armando Uribe, Enrique Volpe, Rolando Cárdenas, Efraín Barquero, Nicanor Parra, Miguel Serrano, Antonio Avaria, Enrique Lafourcade, Padro Lastra, Carlos Olivares, Raúl Ruiz, Germán Arestizábal, Jorge Teillier. La descripción bien perfilada y detallada de anécdotas concretas, permite al lector entrar en sus espacios personales, recorrer sus interiores y quedarse con la imagen viva de la personalidad aludida.
Así, en Los inesperados, podemos volver al surrealismo de Claudio Giaconi instalado en aquel desmantelado departamento de la calle Rozal, confirmando su promesa de terminar su interminable novela F. A Jorge Teillier, pese a sus costumbres de hombre solitario, reunido en la Unión Chica en torno a una mesa de contertulios como en un apagado rincón provinciano, a Miguel Serrano y su mirada azul y semejante a los cielos de sus gigantes cordilleranos, el rostro inmutable y severo de un Carlos Olivares liberado del alcohol, el cansancio cada vez más evidente de Antonio Avaria durante sus últimos días, la corpulencia de Enrique Volpe y su revólver temerario. Al mítico y temeroso poeta de Punta Arenas Rolando Cárdenas. Y, por cierto, destacando alguna característica inconfundible de los aún vivos.
Hay, sin duda, nostalgia implícita y explícita en estas páginas. La nostalgia del propio cronista, quien ha visto partir a sus amigos, y es capaz de hacerlos revivir en un recuerdo completo y cerrado, sumada al existencialismo natural de los convocados, siempre concientes del fatal destino humano. Todos pertenecientes a generaciones anteriores a la de Francisco Véjar, hundidas ahora en el tiempo y el espacio. En un tiempo donde los hombres, a pesar de cargar con la angustia propia del ser existencial, prodigaban ilusiones por doquier, y muchos llegaban a concretarlas en sus vidas, movidos por su fe inquebrantable en el hombre, cuando sin duda era más importante el Ser que el Tener. En un espacio donde el poeta, el escritor, el artista y sus amigos se encontraban a charlar sobre la vida, a pesar del hambre y otras necesidades mundanas. La ciudad que recuerdan los convocados en estas crónicas, dista mucho, por cierto, de la actual. La tecnología y el apetito de expansión ha terminado por arrasar todo vestigio del pasado, incluidas las estaciones ferroviarias, primera puerta de entraba a la gran ciudad para los escritores provenientes de provincia.
¿Qué otro sentido pueden tener las crónicas sino hacer revivir lo inolvidable? Francisco Véjar lo consigue, y se inscribe con este libro como cronista memorioso y hábil, capaz de recrear el pasado, con una prosa precisa y concisa, sin alardes ni grandilocuencias.
Los inesperados conforman una galería polifónica de voces que nos hablan de mundos perdidos, extinguidos en la bruma del pasado, donde el hombre era lo importante, lo más importante. Y eso, indudablemente, como lo adelantara Heidegger, se ha perdido, se ha perdido el hombre en medio de las masas, subyugado al poder del mercantilismo y la cosificación tecnológica del alma humana.
xA sus páginas concurren imágenes de escritores y poetas emblemáticos, y consigue insuflar vida y contingencia a muchos de los que ya han partido, dejando la enigmática estela de letras y pasos. Conmueve la cercanía de la voz narrativa con el genio y figura de estos “animales literarios”, por tomar una frase patentada por Enrique Lafourcade a la hora de referirse a las plumas nacionales, quien, por cierto, también es uno de los convocados en este álbum de crónicas, publicado recientemente por Tajamar Editores, 2009.
Francisco Véjar ha tenido la oportunidad de internarse personalmente por los laberintos cotidianos de los catorce escritores retratados en sus crónicas, rescatando con hábil y minuciosa pluma de poeta, algunos tesoros para el baúl de la literatura chilena, gracias a su capacidad para establecer lazos íntimos con quienes comparten un oficio semejante al suyo. Los inesperados, entrega un perfil de poetas y escritores: Claudio Giaconi, Armando Uribe, Enrique Volpe, Rolando Cárdenas, Efraín Barquero, Nicanor Parra, Miguel Serrano, Antonio Avaria, Enrique Lafourcade, Padro Lastra, Carlos Olivares, Raúl Ruiz, Germán Arestizábal, Jorge Teillier. La descripción bien perfilada y detallada de anécdotas concretas, permite al lector entrar en sus espacios personales, recorrer sus interiores y quedarse con la imagen viva de la personalidad aludida.
Así, en Los inesperados, podemos volver al surrealismo de Claudio Giaconi instalado en aquel desmantelado departamento de la calle Rozal, confirmando su promesa de terminar su interminable novela F. A Jorge Teillier, pese a sus costumbres de hombre solitario, reunido en la Unión Chica en torno a una mesa de contertulios como en un apagado rincón provinciano, a Miguel Serrano y su mirada azul y semejante a los cielos de sus gigantes cordilleranos, el rostro inmutable y severo de un Carlos Olivares liberado del alcohol, el cansancio cada vez más evidente de Antonio Avaria durante sus últimos días, la corpulencia de Enrique Volpe y su revólver temerario. Al mítico y temeroso poeta de Punta Arenas Rolando Cárdenas. Y, por cierto, destacando alguna característica inconfundible de los aún vivos.
Hay, sin duda, nostalgia implícita y explícita en estas páginas. La nostalgia del propio cronista, quien ha visto partir a sus amigos, y es capaz de hacerlos revivir en un recuerdo completo y cerrado, sumada al existencialismo natural de los convocados, siempre concientes del fatal destino humano. Todos pertenecientes a generaciones anteriores a la de Francisco Véjar, hundidas ahora en el tiempo y el espacio. En un tiempo donde los hombres, a pesar de cargar con la angustia propia del ser existencial, prodigaban ilusiones por doquier, y muchos llegaban a concretarlas en sus vidas, movidos por su fe inquebrantable en el hombre, cuando sin duda era más importante el Ser que el Tener. En un espacio donde el poeta, el escritor, el artista y sus amigos se encontraban a charlar sobre la vida, a pesar del hambre y otras necesidades mundanas. La ciudad que recuerdan los convocados en estas crónicas, dista mucho, por cierto, de la actual. La tecnología y el apetito de expansión ha terminado por arrasar todo vestigio del pasado, incluidas las estaciones ferroviarias, primera puerta de entraba a la gran ciudad para los escritores provenientes de provincia.
¿Qué otro sentido pueden tener las crónicas sino hacer revivir lo inolvidable? Francisco Véjar lo consigue, y se inscribe con este libro como cronista memorioso y hábil, capaz de recrear el pasado, con una prosa precisa y concisa, sin alardes ni grandilocuencias.
Los inesperados conforman una galería polifónica de voces que nos hablan de mundos perdidos, extinguidos en la bruma del pasado, donde el hombre era lo importante, lo más importante. Y eso, indudablemente, como lo adelantara Heidegger, se ha perdido, se ha perdido el hombre en medio de las masas, subyugado al poder del mercantilismo y la cosificación tecnológica del alma humana.
Miguel de Loyola
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