domingo, 3 de febrero de 2008

MILITANCIA PERSONAL DE SERGIO RODRIGUEZ SAAVEDRA.


A partir de un titulo que incomoda a las militancias más convencionales, burguesas o decididamente transversales, el nuevo libro de Sergio Rodríguez Saavedra sigue respirando desde un inevitable núcleo cívico o ciudadano; claro que no de aquella ciudadanía postergada o tirada al tacho de la basura por la política tradicional. No. De ese gesto puramente retórico y demagógico, Militancia Personal, precisamente no se hace cargo. El fraude político aquí no existe.

Si alguna proximidad poética tiene este texto no podríamos dejar de mencionar a otra militancia no menos sincera y profundamente lírica en el horizonte de la poesía de estas últimas décadas: me refiero a la obra de José Ángel Cuevas. Allí, aunque a primera vista o vuelo de pájaro, todo pareciera un canto a la nostalgia, un canto a lo que pudo ser, en el fondo hace referencia a la inconstancia ética del presente, a las militancias de pacotilla de nuestra democracia transversal. La poesía aquí, nuevamente, resignifica el ámbito de lo ciudadano; “Militancia personal”, se trata precisamente de eso, de dar un sentido ético, una significancia de lealtad, entrega, desinterés que radica en el sujeto mismo, en su sola libertad y determinación; la militancia del sujeto poético no podría ser otra, no está bajo el yugo de ningún tribunal de disciplina, o de control de cuadros u otra parafernalia autoritaria o represiva.

Si bien, los textos aquí reunidos dan cuenta de ese jugarse a partir de uno mismo (aun cuando toda verdadera poesía no es más que eso), toda la poesía de Sergio Rodríguez tiene ese predicamento, ese gesto realista, abierto al referente, a partir del cual se aparta de aquella escritura de una subjetividad sospechosa, ensimismada, volcada sobre el ombligo narcisista, pequeño burgués, de los vates que buscan la gloria eterna, el onanismo eternamente infantil.

La ruta de ese camino comienza con “Suscrito en la niebla” de 1995, un texto atravesado por la perturbación urbana, que instalaba a Sergio Rodríguez en el horizonte de lo que en aquella época llamábamos la poesía joven emergente. A partir de ahí, el poeta y su escritura se inscribía en todo un grupo generacional, heterogéneo, crítico, sin ninguna complacencia con la belleza de lenguaje o epifanías supuestamente líricas; Rodríguez ha sido un guardián de esas afinidades electivas, de esa pertenencia y lealtad irrenunciable a la tribu, aun cuando los demás renuncien o se retiren a los cuarteles de invierno. O se traicionen a si mismos.

De “Ciudad poniente”, publicado el año 2000 hasta “Tractatus y mariposa” del 2006, la escritura poética alcanza su más crucial desarrollo, donde el testimonio o la crónica, pura y simple, ingresan sugestivamente, provocativamente, para ampliar y potenciar el discurso poético. Un discurso poético que no le tiene ni temor ni reverencia a la historia, especialmente a cierta sacralización atemporal de la historia, escrita y reescrita para no ver más allá de su discurso agresivamente hegemónico, donde los dueños de la historia siguen teniendo bajo resguardo los títulos de dominio y la propiedad privada de Chile.

Sin embargo, al lado de ese enfrentamiento discursivo, de esa refriega necesaria contra el poder, el espacio y el territorio personal sigue existiendo; en otras palabras “Militancia personal” no es un regreso a ninguna parte, a ningún edén intimista, es simplemente la recopilación de un conjunto de textos con un fuerte compromiso con la escritura. Dividido circunstancialmente en tres partes: “Militancia personal”, “Todo por la causa” y “Rimbaud en la poesía chilena”, recogen un aliento intenso, agónico y, al mismo tiempo, festivo en su inmersión radical en la realidad. En cada uno de los textos el hablante lírico se enfrenta a ella asumiendo todos los riesgos, jugarse en cada poema parece ser la consigna clave de esta militancia: “Autopista Terminal”, “En las esquinas nos graduamos de nada” “Oráculo”, “Rebobinando desde el espejo” o “Rimbaud en la poesía chilena”, están la agonía y el arrebato en su sentido más iniciático: el hacerse poeta en ese enfrentamiento incesante con la realidad, una realidad instalada en el precipicio o al borde de uno mismo; aspecto que se retrata de una manera decisiva y notable en una línea del poema “Rimbaud en la poesía chilena”: “Un ángel que pone/ la basura en su sitio”. Frase que recuerda a otra, perpetrada por Enrique Lihn al final de su inolvidable poema sobre el poeta de una temporada en el infierno, de ese librito memorable llamado “La musiquilla de las pobres esferas”

Los textos de esta militancia, qué duda cabe, exudan su incuestionable verdad, su proceso de despedida sin cuartel, sin volver de ninguna manera atrás; su escritura parte de esa subjetividad apremiada, sin concesiones, saboreando generalmente el sabor inútil de lo promisorio, pero sin olvidar nunca que había que estar presente en toda puta encrucijada: qué mejor que escuchar al poeta desde el interior ardoroso de su militancia, en un poema brevísimo, corto y punzante: “Cuando veas el derrumbe/ de lo que alguna vez fue tu hogar/ escupe en la escarcha/ y no vuelvas”.

En suma, el tranco firme de la escritura de Sergio Rodríguez Saavedra, en el horizonte de la poesía chilena, sigue coherentemente adelante, especialmente luego de producir su texto más logrado y consistente, con ese titulo entrañable que remite tanto a la lógica implacable de Wingenstein y a la sutileza japonesa del zen: “Tractatus y mariposa”.
a
Jaime Lizama

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