A pesar de su reciente fallecimiento, Gonzalo Millán (Santiago, 1947 - 2006), es uno de los poetas chilenos más relevante de la actualidad. La calidad literaria de su obra lo convierte en figura fundamental de la denominada generación del sesenta. Su poesía, una de las más “consistentes y lúcidas” del panorama latinoamericano, constituye una nítida respuesta a la crisis de nuestro tiempo y a la disolución de yo romántico.
La producción poética de Millán la componen, entre otros, Relación Personal (1968 y 2007), libro inaugural conformado por una selección de momentos vividos entre la infancia y adultez de un sujeto que fija precisas imágenes de su experiencia cotidiana; La Ciudad (1979 y 1994), texto que a decir del propio poeta constituye una descripción de la existencia colectiva de una ciudad bajo la dictadura militar; Virus (1987), “una reflexión sobre las condiciones que hacen posible el oficio del poeta”; Claroscuro (2002), trabajo inspirado en cuadros del barroco; Autorretrato de memoria (2005), creación de carácter autobiográfica; Veneno de Escorpión Azul, su diario de muerte publicado el 2007; y su último libro, Gabinete de Papel, 2008.
A lo largo de toda su obra el poeta nos presenta una poesía visual y concreta, concentrada e intensa, en donde se desvanece el hablante lírico, los temples y las emociones, y donde la mirada del autor se focaliza en el mundo exterior y en la propia persona. Y es que su escritura, inserta dentro del denominado Objetivismo artístico, gira en torno a una poesía de cosas “nombradas”, construida a partir de estados de lucidez, de simples miradas de sujetos casi ausentes o desdoblados, que permiten al mundo cotidiano mostrarse a sí mismo, tal como es, y no a través del filtro subjetivo de una emocionalidad desbordada:
La producción poética de Millán la componen, entre otros, Relación Personal (1968 y 2007), libro inaugural conformado por una selección de momentos vividos entre la infancia y adultez de un sujeto que fija precisas imágenes de su experiencia cotidiana; La Ciudad (1979 y 1994), texto que a decir del propio poeta constituye una descripción de la existencia colectiva de una ciudad bajo la dictadura militar; Virus (1987), “una reflexión sobre las condiciones que hacen posible el oficio del poeta”; Claroscuro (2002), trabajo inspirado en cuadros del barroco; Autorretrato de memoria (2005), creación de carácter autobiográfica; Veneno de Escorpión Azul, su diario de muerte publicado el 2007; y su último libro, Gabinete de Papel, 2008.
A lo largo de toda su obra el poeta nos presenta una poesía visual y concreta, concentrada e intensa, en donde se desvanece el hablante lírico, los temples y las emociones, y donde la mirada del autor se focaliza en el mundo exterior y en la propia persona. Y es que su escritura, inserta dentro del denominado Objetivismo artístico, gira en torno a una poesía de cosas “nombradas”, construida a partir de estados de lucidez, de simples miradas de sujetos casi ausentes o desdoblados, que permiten al mundo cotidiano mostrarse a sí mismo, tal como es, y no a través del filtro subjetivo de una emocionalidad desbordada:
“Poesía objetiva por su preferencia por lo que está ante uno, lo concreto, y por su carácter impersonal, distante, neutro; por el empleo de ese hablante que no vierte directamente sus afectos y sentimientos ni tampoco enjuicia ni comenta. Poesía objetora de una concepción romántica y simbolista de la poesía. Objetora también respecto a la ética tradicional ya que frente a la vergüenza y el pecado reivindica los tormentos y placeres de la sensorialidad, la visible maravilla y el horror de cada día. Poesía que opone a la pureza bella, la imperfección, y a la trascendencia, la materialidad terrestre. Poesía austera en cuanto a la calidad y la cantidad de las imágenes que emplea, de la diferencia antes que de la analogía” (1985).
En sus textos, Millán realiza un juego de personalización: crea personajes como todo poeta, pero también crea ausencia de ese personaje, es decir, hace que las cosas y el mundo aparezcan como hablando solos, tal como lo demuestra su poema El Ausente*.
En esta poesía confluye la corriente iniciada por el Mallarmé del Golpe de dados (1897) y continuada por el movimiento Dadá, Vicente Huidobro y el Apollinaire de Caligramas (1918); además de la poesía concreta, impulsada entre 1951 – 1953 por el artista suizo- boliviano Eugen Gomringer y el grupo Noigrandes, de Sao Paulo; la poesía objetivista norteamericana, en especial la obra de Charles Reznikoff; y en términos más directos, la poesía de Nicanor Parra y de Enrique Lihn.
Los versos de Gonzalo Millán reflejan una mirada única, desnudadora, inquisitiva y de una potencia plástica inigualada en la poesía chilena. Su ojo es, según Grínor Rojo, un “ojo que descubre en el mundo y en el sujeto los espacios y los momentos oscuros, los puntos de quiebre en que la falsa seguridad del cotidiano se desmorona y deja en descubierto su terrible espesor”.
Finalmente, podemos establecer que la poesía de Gonzalo Millán, en la que hay una mirada antes que un sujeto, un estado de lucidez antes que una personalidad; se contrapone a esa visión tan marcada de nuestra lírica (tradicionalmente tributaria del romanticismo) expresión de los sentimientos y de las emociones de un sujeto determinado, y que generalmente se identifica con el poeta.
Con Millán, tal como hemos afirmado, se hace evidente la crisis del sujeto romántico. En su poesía la mirada reemplaza a la voz, y las artes plásticas, a la música. La ausencia, el desdoblamiento, o el juego de la personalización presente en la poesía millaniana denuncia la fragmentación, la dispersión de las identidades, y la esquizofrenia del sujeto moderno, que a través de su razón ha tomado conciencia de la finitud y precariedad de la vida. Este sujeto, al confundirse con los objetos y la mirada, se hace múltiple, se mimetiza con las cosas, el acontecer cotidiano y los “otros” seres de las realidades que se muestran, hasta desaparecer en la multitud de lo existente: Yo soy la imagen que jamás se borra, / soy el reflejo sobre las eternas aguas, / soy el rostro de todos y de nadie/ flotando sobre las hondas, / soy el semblante inmóvil / a pesar del movimiento.
*EL AUSENTE
Se desvanecen las huellas
de unas plantas sobre la balanza
que ha retornado a cero.
Flota un olor a tostadas.
La cocina se enfría.
Aún crujen las sillas de mimbre.
El agua gotea,
pero quisiera correr
como cuando se abrió la llave.
El jabón desea el agua fría
y la piel de unas manos
que ya se ensucian.
La toalla aguarda tendida
secar otra vez un rostro
cuya imagen recuerda el espejo.
Su tela es verde y brillante
como el césped bajo el sol afuera.
El peine retiene unos cabellos.
La casa recién abandonada
tiene la mañana y la tarde,
todo el día todavía por delante.
La cama desecha espera
con el libro la llegada
de la noche y su durmiente.
El tiempo fluye
lisa y silenciosamente
en la ausencia como un aceite.
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Gonzalo Millán. Poeta, traductor, profesor y artista visual. Nace el 1 de enero de 1947 en Santiago. En los años 60 participa del grupo Arúspice. Muere el 14 de octubre del 2006 en su ciudad natal.En sus textos, Millán realiza un juego de personalización: crea personajes como todo poeta, pero también crea ausencia de ese personaje, es decir, hace que las cosas y el mundo aparezcan como hablando solos, tal como lo demuestra su poema El Ausente*.
En esta poesía confluye la corriente iniciada por el Mallarmé del Golpe de dados (1897) y continuada por el movimiento Dadá, Vicente Huidobro y el Apollinaire de Caligramas (1918); además de la poesía concreta, impulsada entre 1951 – 1953 por el artista suizo- boliviano Eugen Gomringer y el grupo Noigrandes, de Sao Paulo; la poesía objetivista norteamericana, en especial la obra de Charles Reznikoff; y en términos más directos, la poesía de Nicanor Parra y de Enrique Lihn.
Los versos de Gonzalo Millán reflejan una mirada única, desnudadora, inquisitiva y de una potencia plástica inigualada en la poesía chilena. Su ojo es, según Grínor Rojo, un “ojo que descubre en el mundo y en el sujeto los espacios y los momentos oscuros, los puntos de quiebre en que la falsa seguridad del cotidiano se desmorona y deja en descubierto su terrible espesor”.
Finalmente, podemos establecer que la poesía de Gonzalo Millán, en la que hay una mirada antes que un sujeto, un estado de lucidez antes que una personalidad; se contrapone a esa visión tan marcada de nuestra lírica (tradicionalmente tributaria del romanticismo) expresión de los sentimientos y de las emociones de un sujeto determinado, y que generalmente se identifica con el poeta.
Con Millán, tal como hemos afirmado, se hace evidente la crisis del sujeto romántico. En su poesía la mirada reemplaza a la voz, y las artes plásticas, a la música. La ausencia, el desdoblamiento, o el juego de la personalización presente en la poesía millaniana denuncia la fragmentación, la dispersión de las identidades, y la esquizofrenia del sujeto moderno, que a través de su razón ha tomado conciencia de la finitud y precariedad de la vida. Este sujeto, al confundirse con los objetos y la mirada, se hace múltiple, se mimetiza con las cosas, el acontecer cotidiano y los “otros” seres de las realidades que se muestran, hasta desaparecer en la multitud de lo existente: Yo soy la imagen que jamás se borra, / soy el reflejo sobre las eternas aguas, / soy el rostro de todos y de nadie/ flotando sobre las hondas, / soy el semblante inmóvil / a pesar del movimiento.
*EL AUSENTE
Se desvanecen las huellas
de unas plantas sobre la balanza
que ha retornado a cero.
Flota un olor a tostadas.
La cocina se enfría.
Aún crujen las sillas de mimbre.
El agua gotea,
pero quisiera correr
como cuando se abrió la llave.
El jabón desea el agua fría
y la piel de unas manos
que ya se ensucian.
La toalla aguarda tendida
secar otra vez un rostro
cuya imagen recuerda el espejo.
Su tela es verde y brillante
como el césped bajo el sol afuera.
El peine retiene unos cabellos.
La casa recién abandonada
tiene la mañana y la tarde,
todo el día todavía por delante.
La cama desecha espera
con el libro la llegada
de la noche y su durmiente.
El tiempo fluye
lisa y silenciosamente
en la ausencia como un aceite.
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Obra poética: Relación Personal (1968 y 2007), La Ciudad (1979 y 1994), Dragón que se Muerde la Cola (1984), Vida (1984), Seudónimos de la Muerte (1984), Virus (1987), Cinco Poemas Eróticos (1990), Strange House (1991), Trece Lunas (1997), Claroscuro (2002), Autorretrato de Memoria (2005), Veneno de Escorpión Azul (2007) y Gabinete de Papel (2008).
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