Por Julián Gutiérrez
“lo que llevo en la carne:/páginas del cuerpo en donde se lee el apocalipsis”.
Ernesto Guajardo Oyarzo, es uno de los poetas necesarios de (re) conocer en el contexto de nuestra literatura chilena finisecular. Su oficio y profundo compromiso con su tiempo, le convierten en testimonio vivo de una juventud que sufrió, en carne y hueso, las consecuencias de una dictadura que hizo lo imposible por cercenar la conciencia y memoria de este país.
Nació en Santiago de Chile, en 1967. Realizó estudios de Bibliotecología y Periodismo. En poesía ha publicado Por la patria (1989 y 1997), Nosotros, los sobrevivientes (1994), Las memorias (1996) y El primogénito (2000) y es autor, además, del reportaje testimonial El fulgor insomne: la vida de Marcelo Barrios (2000). En 1993 participó en el encuentro "Literatura y compromiso", en España, y al año siguiente fue jurado del certamen Jaime Gil de Biedma, en ese mismo país.
Sobre su escritura, Antonio Salgado señala: “Poesía descarnada, casi felizmente desprovista de adjetivaciones y alardes retóricos llega directamente al lector, captando del exterior, de la realidad ajena más que del espacio íntimo, el material que densifica y hace significativamente poético”.
Hoy, situado en Valparaíso, ha querido compartir con nosotros algo de su pensar y sentir respecto a la poesía y su tiempo.
¿Cómo ocurrieron tus inicios literarios, en términos de ambiente, amistades e inquietudes?-Bueno, creo que como casi todos los de mi generación el acto de escribir estaba originado en la clausura de las posibilidades del decir: la dictadura pone creativa a la gente, y en mi caso ello se expresó en la dedicación a la escritura, pero ello no reviste mayor importancia; otros rayaron murallas, instalaron barricadas, organizaron huelgas, cantaron o pintaron murales: todas las formas eran igualmente legítimas e interesantes.
Escribir y relacionarse con otros también estaba determinado por el contexto: se leían los poemas que se publicaban en boletines estudiantiles y poblacionales, y se publicaba en ellos. Poesía comprometida, como le llaman. Las primeras conversaciones literarias también tenían el mismo signo: una temprana lectura intensa de Neruda, sumada a los relampagueos de la obra de Roque Dalton, que emergían de la mano de personas que militaban en ámbitos políticos o sociales. En ese sentido, la primera vinculación con la poesía fue marcadamente relacionada a lo que ocurría en el país y, por lo mismo, no era una relación preciosista, sino muy preocupada de la vinculación entre la ética y la estética.
Viviendo en un antiguo barrio ferroviario y estudiando en un liceo público, añadido al hecho de una casi congénita timidez, ni por asomo pensaba en establecer relaciones “literarias” propiamente tales, las amistades, el ambiente, todo estaba supeditado a lo político-social; lo que conocí de la poesía fue determinado por ese contexto, y lo señalo sin arrepentimiento, por el contrario, más bien con orgullo. En todo caso, recorriendo algunas librerías era posible encontrarse con varias revistas literarias que se constituyeron en mis primeras ventanas a la nueva creación literaria en Chile, tanto en el interior como en el exilio. De algún modo, constituyeron una suerte de taller virtual, apellido en boga por estos días. Es el caso de Obsidiana, Palabra Escrita, Contramuro, Extramuros, La Gota Pura, La Castaña, Tranvía, etc. En sus páginas era posible conocer poetas cuyos libros uno salía después a tratar de conseguir, como Bruno Serrano, Felipe Viveros, Jorge Montealegre, Esteban Navarro, Leonora Vicuña, Víctor Hugo Castro, Manuel Silva Acevedo, solo por nombrar algunos.
¿Cómo definirías tu proyecto poético o escritural en término de intenciones o propuesta creativa?-No sé si tengo un “proyecto poético” o si alguna vez lo he tenido, ni siquiera creo saber muy bien qué significa un proyecto poético. Algo debe significar. Tengo algunas líneas de trabajo que me parece que son rectoras de lo que hago. Una de ellas es la preocupación por la memoria, por el rescate y defensa de la misma, pero evitando caer en los abundosos lugares comunes propios de la izquierda tradicional. Desde el inicio eso fue así, y creo que no podría haber sido de otra manera: con un padre muerto a consecuencias de la tortura y viendo la fotografía de Víctor Celis en la portada de Las Últimas Noticias, en mayo de 1983, creo que siempre sentí que debía centrarme en la memoria. Para esto es necesario explicar algo. Luego de la primera protesta nacional, en mayo de 1983, murió baleado por la policía Víctor Celis, de quince años. El día siguiente, en la mañana, apareció en el diario su fotografía. En la tarde, el mismo diario publicaba en su lugar una fotografía de una vedette argentina y la nota correspondiente a ella ¡En el mismo día! Alguien se dio el trabajo de retirar la edición y reemplazarla de los quioscos. Por suerte compré ambos diarios, sin saber quizás muy bien por qué. Ahora lo comprendo: no solo estaban matando personas, sino también sus huellas; compré los diarios casi mecánicamente, ahora entiendo que me dedicaba a asegurar el registro.
Aparte de ello, tenía la sospecha de que la derrota de la Unidad Popular significaba también la derrota de algunos elementos del proyecto cultural desarrollado por la izquierda en Chile, a lo largo del siglo XX. Particularmente, lo que decía relación a cierta tendencia a la epicidad, el vanguardismo político (que también tuvo ciertas expresiones equivalentes en lo estético) y el cómodo uso del lugar común o panfleto. De ahí que me resultaba de interés explorar las posibilidades discursivas más próximas a propuestas poéticas menos “canónicas”, como las de Enrique Lihn o Pablo de Rokha, por ejemplo. Por cierto, en ese sentido Huidobro también se constituyó en una mirada importante. Ni hablar de ser un ávido lector de todas las expresiones jóvenes, siempre buscando el compartir la búsqueda, algo que se ha mantenido en el tiempo.
Otro elemento que me convoca es la existencia de la provincia: viviendo parte de la infancia y retornando ahora a ella, me interesa muchísimo poder decir desde otro territorio que no sea solo la gran urbe de Santiago de Chile. Sin embargo, ello no implica un culto a la utopía regional ni a una suerte de espacio/tiempo ideal situado en el pasado. Por el contrario, me interesa hablar desde la provincia desacralizando a la misma y sin la necesidad de huir de ella.
¿Qué factores consideras determinantes en el proceso creativo?-Creo que la experiencia vital es fundamental: la vida no está completamente en los libros. Por cierto que la experiencia literaria también es importante, pero ella, en ausencia de la vivencia de la vida, no es sino un listado de lecturas; reflexiones de la soledad; un distanciamiento de la energía vital que existe en las personas y en la geografía; una ausencia de la existencia.
Por cierto, creo que ello en gran medida proviene del período formativo: el haber vivido el período de la dictadura desde la resistencia a la misma implicó, desde muy temprano, el aproximarse a las experiencias límite, como la constante presencia de la muerte, por ejemplo. Para nuestra generación, los desgarros no eran existenciales, metafísicos. Por el contrario, eran vertiginosamente materiales. Ello es determinante al momento de asumir la vida y lo que se hace con ella lo cual, por cierto, incluye también el oficio de la poesía. En mi caso, al menos, el proceso creativo se da más relacionado con el cuerpo que con la idea.
¿Qué criterios usas para identificar un buen poema?-No sé en realidad cómo se podría determinar un buen poema. Existen poemas escritos con una precisión sublime, pero que no conmueven, y otros escritos con ciertas torpezas, pero que te estremecen. Si hubiera que optar, me quedaría con estos últimos, precisamente por creer en la vitalidad de lo que acontece. Me gusta un poema que me ayude a aprehender de manera más profunda la vida. No sabría decir si son buenos o malos; busco la belleza en ellos, pero también la respiración de lo vital. No me acomoda la belleza por la belleza.
¿En qué proyecto literario te encuentras trabajando actualmente?-Desde hace ya algunos años no solo intento escribir poesía, sino que también perpreto –como autodidacta– otros espacios. Es así como está próxima a publicarse una investigación histórica titulada Manuel Rodríguez: historia y leyenda en el siglo XX. Le continuará un segundo volumen, con la colaboración de Víctor Rojas Farías, llamado Manuel Rodríguez, símbolo de Chile. Junto a ello me encuentro escribiendo un libro de crónicas históricas sobre Valparaíso y corrigiendo una compilación de artículos y ensayos. La poesía ha guardado silencio en mí estos últimos años: surge de vez en cuando un poema, pero no deseo apresurar nada; lo que sí me ha inundado y he dejado que surja es un libro que quizás podría definirse como “prosa poética”, aun cuando me parece un poco ampuloso el término. Es un texto donde retorno a la geografía de la costa central: arenas, acantilados, aves, árboles y el mar, por cierto, siempre el mar.
1 comentario:
Mis saludos a Ernesto, amigo y poeta querido!!
un abrazo afectuoso y fraterno
Leo Lobos
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