Resulta difícil suponer qué lectura se hará desde Chile de Relación, recién publicado por Ediciones Santiago Inédito, teniendo en cuenta que hacía 16 años no se daba a conocer un libro de Andrés Fisher en ese país. El lugar de publicación también invita a pensar que, al menos en teoría, los lectores de su obra en España tendrán que esperar para constatar la continuidad de lo que ha ido escribiendo desde el año 2000. Para los que hemos seguido la escritura del autor de manera atenta e ininterrumpida (como me ocurre a mí), será difícil evitar una lectura comparativa, que contrasta el resultado de los distintos libros. Así que no puedo dejar de notar, junto a la permanencia del estilo que dio lugar a los dos libros precedentes - Composiciones, escenas y estructuras (Madrid, 1997), y Hielo (Valencia, 2000)-, una serie de matices que significan singularmente la práctica poética de este nuevo libro.
A pesar de (o debido a) los desplazamientos del autor aludidos en la nota biográfica y en los poemas (Chile, España, Estados Unidos), la escritura de Andrés Fisher ha consolidado una tradición propia, independiente de particularismos nacionales, pero en diálogo constante con lugares y autores con los que este tránsito de viajero y lector le ha puesto en contacto. Así, la obra de Andrés Fisher dibuja un mapa poético, de precursores y contemporáneos, que tiene como puntos cardinales la reivindicación crítica del espíritu de las vanguardias y una profunda conciencia formal de lo poético. Más allá del lugar al que los poemas hacen referencia, su poesía funda un espacio en el que conviven Kerouac y Homero, Bernal Díaz y Juan Luís Martínez, Haroldo de Campos y Juan Carlos Mestre, Nicanor Parra y Antonio Machado, y Guadalupe Grande y Gary Snyder y Niall Binns y Joao Cabral de Melo Neto... Viaje vital que es tránsito geográfico y continuada incursión en el continente poético; poesía hecha en movimiento, poesía que asume el movimiento como un factor decisivo de su poética.
De entre los matices que distinguen Relación quizás el más importante sea la intensificación sintética del poema, que llega a un extremo solo apuntado en los poemarios anteriores. Si se comparan, por ejemplo, los tres textos que componen la serie "Poemas del hielo" (que se inició en Hielo y termina de desarrollarse en Relación) se tendrá evidencia de cómo se acelera la reducción del contenido referencial. Aunque todos los poemas de la serie giran alrededor de los mismos elementos (el movimiento, la fragmentación, el desdoblamiento reflexivo del sujeto), el recién citado culmina la correlación metapoética entre la abstracción formal que ejercita el lenguaje y el tipo de percepción parcial del paisaje que se produce en el viaje al que los poemas aluden; en él velocidad y escritura se equiparan más allá del tema. El primero de los poemas de la serie contaba con siete secciones numeradas y un total de catorce párrafos; el que aparece en Relación se resuelve en dos fragmentos de una sola línea: "(i.) Se fractura el asfalto ante la mirada del que conduce:// (ii.) del que camina, por una estrecha carretera entre los pinos.”
Este tipo de adelgazamiento textual, sumado a la habitual fragmentación practicada a todos los niveles del texto (desde el sintáctico a la organización serial de los poemas en el libro) hacen que los poemas se abran por medios estructurales y lingüísticos hacia el silencio y la transparencia expongan aquello que los fundamenta: la armazón formal, la voluntad constructiva. Como prueba de que se trata de un ejercicio consciente bastaría con releer en clave de poética alguno de los textos emblemáticos de los libros anteriores: la serie "Deconstrucciones ferroviarias" aboga por "la visión fragmentaria de la realidad" como instrumento crítico de conocimiento. En el titulado "Llanura", tan notable por su economía poética como por su capacidad significativa, la alusión a Piet Mondrian da la clave del tipo de apuesta que se pone en práctica:
(i.) Solitario en la llanura el árbol libra su batalla con el mundo// (ii.) Hasta que vino Piet Mondrian y lo convirtió en línea; en estructura que delimita mundos nada ajenos al combate genésico// (iii.) La llanura y su inmensidad constituyen un plano en el espacio y un plano emocional// (iv.) Y como única alusión al elemento vegetal una flor artificial pintada de blanco.
La prosa ha sido el único vehículo formal de la poesía de Andrés Fisher desde mediados de los 90; ahora, el recorte de su extensión hace posible que la inclusión de una serie haikus, pese a ser una novedad absoluta para el registro del autor, se lleve a cabo sin imposturas ni violencia. Los haikus despliegan un impulso sintético y un ánimo fragmentario similar al del resto del libro.
El aspecto que me parece más llamativo de estos haikus tiene que ver con el sujeto que preside los poemas: en esta serie la primera persona aparece con una frecuencia mucho mayor. De los doce haikus que componen la sección, seis hacen referencia explícita a la primera persona, a sus hábitos, a sus ideas y a sus valores. Es interesante observar cómo la presentación de ese yo arranca con un posicionamiento ético expresado a través de un ejemplo de su actitud:
Un par de moscas
molestan hasta hartarme:
y no las mato.
Se trata de una toma de postura que solo de manera excepcional se da en el resto de su escritura. Por ser inusual, la presencia en el poema de una voz identificable con la del autor hace que los poemas que la incorporan resulten especialmente significativos; estos hacen de contrapunto a la mirada impersonal en que toma cuerpo gramatical el sujeto de los otros poemas. Para terminar de subrayar su importancia, tanto Hielo como Relación ("Teoría y práctica de un animal enorme" y "Perlas challay" respectivamente), cierran con sendos poemas presididos por la primera persona. Es significativo que ambos sean declaraciones de afecto, homenajes a aquellos con los que este yo se hermana. Estos poemas finales ratifican, con un compromiso personal, una actitud poética expuesta otras veces a través de recursos teóricos y metaliterarios. Me parece esencial destacar que, al contrario de lo que podría deducirse tras una lectura superficial, lo que define la escritura de Andrés Fisher no es el distanciamiento, sino la identificación. En este sentido el poema es la evidencia de una toma de partido vital indisociable de la práctica poética.
No es de extrañar, por tanto, que esa entrega tome en la mayor parte de las ocasiones la forma de una re-lectura de algunos de los textos de otros poetas. Tanto Hielo como Relación reparten sus poemas, casi a partes iguales, en dos grupos temáticos. Por un lado los que hacen mención a lugares y paisajes, que dirigen la atención del lector (textual y paratextualmente) hacia la experiencia del viaje. El otro gran grupo se presenta como "variaciones" o "composiciones", es decir, como escritura sobre la escritura hecha por otros. En ambos casos el sujeto del texto se posiciona de forma semejante: como mirada/voz que se detiene ante el prodigio de lo ajeno y se identifica con ello. La experiencia poética se desencadena en el momento que paisaje o texto entran en contacto con el sujeto que lo ve/lee. El poema dota de sentido a la vista y a lo visto mediante un acto de re-visión, de (re)escritura. Se llega así a una de las metáforas que articulan el sentido del poema (y del poeta): la palabra como lugar que se construye cuando se transita, el poeta como constructor. La más numerosa de las series publicadas hasta ahora, la titulada "Castilla" es uno de los ejes del nuevo libro y, probablemente, el mejor ejemplo de lo que se acaba de mencionar; toda ella se desarrolla a partir de la presentación en términos intercambiables de escritura y paisaje. En el primer fragmento del primero de los poemas se lee: Murallas. Las murallas, piedra sobre piedra como surgidas de la nada. Delimitando un espacio físico y mental: delimitando, piedra sobre piedra, la meseta y la palabra.El segundo de los poemas de la serie, con la concisión característica de Relación, dice:
(i.) El trigo ya existía en estas lomas antes de que hubiese quien lo escribiera// (ii.) El trigo y los girasoles formando geometrías bajo los cielos de Castilla:// (iii.) los rastrojos de trigo y los fardos dotando al llano de su propia caligrafía.
No es de extrañar, por tanto, que esa entrega tome en la mayor parte de las ocasiones la forma de una re-lectura de algunos de los textos de otros poetas. Tanto Hielo como Relación reparten sus poemas, casi a partes iguales, en dos grupos temáticos. Por un lado los que hacen mención a lugares y paisajes, que dirigen la atención del lector (textual y paratextualmente) hacia la experiencia del viaje. El otro gran grupo se presenta como "variaciones" o "composiciones", es decir, como escritura sobre la escritura hecha por otros. En ambos casos el sujeto del texto se posiciona de forma semejante: como mirada/voz que se detiene ante el prodigio de lo ajeno y se identifica con ello. La experiencia poética se desencadena en el momento que paisaje o texto entran en contacto con el sujeto que lo ve/lee. El poema dota de sentido a la vista y a lo visto mediante un acto de re-visión, de (re)escritura. Se llega así a una de las metáforas que articulan el sentido del poema (y del poeta): la palabra como lugar que se construye cuando se transita, el poeta como constructor. La más numerosa de las series publicadas hasta ahora, la titulada "Castilla" es uno de los ejes del nuevo libro y, probablemente, el mejor ejemplo de lo que se acaba de mencionar; toda ella se desarrolla a partir de la presentación en términos intercambiables de escritura y paisaje. En el primer fragmento del primero de los poemas se lee: Murallas. Las murallas, piedra sobre piedra como surgidas de la nada. Delimitando un espacio físico y mental: delimitando, piedra sobre piedra, la meseta y la palabra.El segundo de los poemas de la serie, con la concisión característica de Relación, dice:
(i.) El trigo ya existía en estas lomas antes de que hubiese quien lo escribiera// (ii.) El trigo y los girasoles formando geometrías bajo los cielos de Castilla:// (iii.) los rastrojos de trigo y los fardos dotando al llano de su propia caligrafía.
Estas ideas parecen proceder, en última instancia, de las poéticas visionarias que se desarrollaron en los libros de principios de los noventa -Ocularmente Ávido (Valparaíso: Vertiente, 1992) - y, sobre todo, en Composiciones, escenas y estructuras, donde se sistematiza la reflexión sobre percepción, viaje y escritura. En lo que el autor llamaba entonces "poética de los estados" destacaba el deseo de fusión del observador y lo observado, la mixtura de "obsesión y paisaje", que fue dando paso a una serie de desdoblamientos en los que el sujeto es capaz de verse "como si fuera otro"; es decir, de leerse en aquello que fija su atención. La mirada, metáfora fisiológica de la escritura, se convertía en vórtice donde sujeto y mundo, escritura y vida, se reunían. El nuevo libro sigue impregnado de referencias al viaje como sinónimo de lectura vital, hasta el punto que podría pensarse que hace relación de todo lo que queda expuesto al ojo literario durante el tránsito al que alude la escritura.
Las "variaciones" y "composiciones" actúan a la manera cubista; mediante recortes y superposiciones, el autor incorpora, con dicción y consciencia prosódica propia, un mundo aparentemente ajeno; en el proceso, de un marcado carácter metapoético, la referencialidad se diluye y el poema se ve a la luz de su materialidad, de cierta objetualidad lingüística. Las palabras de Andrés Fisher se confunden con las de un otro, continuando así la lógica del desdoblamiento y la maravilla que se expresaba con notable acierto en el ya citado "Poema del estanque":
(i.) Ya sabes, Lew, no hay que ir demasiado lejos para encontrarse de pie ante el misterio o la maravilla// [...] (iv.) En el mismo asfalto que a lo lejos circunda la escena, hace dos años me vi desde fuera: me vi caminar como si fuera otro.
El lenguaje de otros en contacto con la sensibilidad del autor, también aparece en las "variaciones" rodeado de un fuerte halo de misterio. Misterio que surge de la textura misma del lenguaje; misterio también ante la persistencia de la carga sentimental que lleva adscrito. El poema se nos aparece así tal y como se aparecen los paisajes, de manera súbita uno resulta especialmente significativo, quizás por que le dotamos de una lectura particular, propia. Una invitación similar, creo, se despliega en todos los poemas de Relación, una invitación a experimentar a través de su lectura los efectos de un viaje en el que cada lector tendrá que encontrar su propio sentido.
Ocho años separan Hielo de Relación; ha sido un largo trayecto. Esperemos que el próximo dé a los lectores (de un lado y otro) la oportunidad de recorrer el itinerario completo. Son estaciones de un mismo viaje. Valdrá la pena volver a embarcarse él.
a
Benito Del Pliego
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