aTaxi Driver es un un poemario narrativo, constituido –y construido- por fragmentos de una historia, contada, escrita y pensada (en monólogos de conciencia) por el –ya apuntado- personaje principal del taxista. Es él mismo quien se expresa, y si en “Veterano de guerra” y, en otras pocas ocasiones, se remonta a su pasado, como para explicar (¿justificar?) su vida actual, el énfasis reiterado está puesto en dar a conocer su cotidianeidad y su presente, más o menos inmediato.
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“Taxi Libre”, el primer poema, podría considerarse una presentación, una sinopsis, a la que sigue “Cero kilómetro” y “En viaje” y, con posterioridad, muchos títulos relacionados con la labor del protagonista, hacen pensar en aspectos de un recorrido en un auto de alquiler.
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Y así como la única compañía de este chofer es su inseparable coche, es al curso de sus traslados “sindestino” que va apareciendo una ciudad, aquélla que lo acoge, aquélla que él desprecia: una urbe miserable –como su vida-, caracterizada, a veces, con calificativos propios del cine, no obstante ciertos deslices deslucen y empañan todo posible esplendor y prestigio de una “… cinematográfica citi / debajo presupuesto y peor taquilla” por donde merodea “UN EXTRA APENAS EN EL REPARTO DESTA POBREPRODUCCIÓN”.
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Nómade incansable, el taxista circula, en auto, sin rumbo fijo, por las calles de una “… ciudad de utilería hard”, buscando pasajeros, que no siempre encuentra. Sus callejeos y divagaciones por ese espacio, verdadera “… experiencia laberíntica, sin hilo de Ariadna”, me llevan, a mí, a hacer un desplazamiento e imaginarlo como un flâneur/ un errante de nuestra época -diferente del flâneur/ paseante parisino, quien recorría a pie las calles de la capital del siglo XIX, descubriendo mercaderías en las vitrinas de las tiendas-; un observador solitario, que mira –y descubre- a través de la ventanilla de su coche; distanciado y distante y tan anónimo que hasta carece de apelativo, siendo una especie de “… hombre lobo [“loup-garou”] que yerra sin fin en una jungla social”.
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Una y otra vez, a pesar de la monotonía de viajes, recorridos y detenciones, aburrido e indolente, el chofer atraviesa la urbe nocturna (oscuridad también definitoria de la sala de cine), donde -hace ya muchos, muchos kilómetros-, los neones desplazaron la iluminación a gas, y donde no se siente cómodo ni con sus habitantes –a muy pocos de los cuales conoce-, ni con sus costumbres.
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Más tarde: “La noche es un taxi vacío rodando veloz / hacia ninguna parte”. Entonces, después de recorrer esquinas, calles, avenidas, y de avistar: moteles, bares, videojuegos, cibercafés, discos, casas de putas, de una “… atrabiliaria citi en off” que “se le abre como paisaje y lo encierra como habitación”, “triste, desalado y solo”, el taxista regresa “… exhausto, a su dormitorio que lo acoge, extranjero y frío.” “De aquí en adelante ya todo es mundo”. “Y nunca nadie supo qué buscaba”.
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Soledad Bianchi
*(Fragmento del prólogo de TAXI DRIVER de Egor Mardones)
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