Asfalto, un road poem
Luis Chaves
208 páginas
Editorial Perro Azul, 2007
Luis Chaves nació en Costa Rica en 1969. Ha publicado cinco libros de poesía: El anónimo (1996), Los animales que imaginamos (1998, Permio Sor Juana Inés de la Cruz 1997), Historias Polaroid (2000), Chan Marshall (Visor, 2005, III Premio Fray Luis de León) y Asfalto.
Lo primero que requiere comentario del libro de Luis Chaves es el subtítulo, que declara que lo que está por leerse es un Road Poem. El lector que desconozca la obra anterior de Chaves podría preguntarse válidamente porque una obra escrita en prosa y relativamente libre de metáforas u otros artefactos poéticos, es un poema, o un poem. Resulta ser que Chaves es un poeta, un poeta que ha publicado cuatro libros de poesía y que es reconocido como tal en el ámbito literario. El lector que lo conoce espera poesía de él. Al tiempo que se dice esto, se debe acotar que la poesía de Chaves es notoria y famosa por su prosaísmo. También vale la pena hacer notar que el desprecio por la lírica tradicional y su amor por los referentes cotidianos y poco asombrosos le han ganado la animadversión de algunos colegas que ven en su literatura una desvirtuación de lo que debería ser la Poesía con pé mayúscula. Chaves esta al tanto de esto y le da risa, como hemos podido comprobar alguna vez en persona.
Luis Chaves es un maestro de la observación detallada, literalmente no sólo observa con maestría sin par en la literatura costarricense sino que lo hace de un modo que se puede aprender de él. Es difícil pensar que lo que Chaves escribe es inventado, la trivialidad de lo descrito adolece del detalle sórdido de lo real y carece de las imbricaciones simbólicas o decorativas de la metáfora manufacturada. Sin embargo, en cada fragmento podemos esperar que Chaves enfoque el detalle en primer plano para que comprendamos el propósito que con esa imagen busca cumplir. Casi puede uno imaginarse a Chaves recordando las distintas etapas del viaje que narra en este libro y rastreando cada posible detalle para elegir el candidato mejor provisto de posibilidades para representar la idea que se quiere transmitir: la foto en la billetera donde la chica mira a un desconocido y no a su pareja, la chica que duerme para estar sola y no porque tiene sueño, la chica que ojea los anuncios de alquiler de apartamento en el periódico. Como un francotirador, otea sucintamente la escena general para luego hacer un zoom al detalle que destila con más eficiencia el espíritu del momento.
El espíritu del momento no pocas veces resulta ser una constatación de la esterilidad de una relación que se encuentran en fases terminales, donde, en este caso particular, la pareja de protagonistas se ve obligada por la circunstancia a prolongar el ritual del viaje aun cuando la compañía ya se ha agriado y todo degenera rápidamente hacia el sin sentido. A este suplicio se le añade el constante flashback a épocas mejores de la relación cuando el humor era real y las bromas no estaban manchadas de sarcasmo o desprecio, cuando la observación alegre o ingenua no era recibida con la bofetada del insulto.
El auto y la carretera son símbolos poderosos de lo que podríamos llamar tierra reclamada. Espacios que las personas delimitan voluntariamente para poder estar juntos, cuando el viaje no es estrictamente necesario, mientras el entorno transita y cambia, efectivamente despersonalizándose y desapareciendo. Este tipo de espacio ha sido utilizado efectivamente en otras novelas de carretera, por no mencionar Road Movies y hasta un Road Story gráfico de Fuguet, entre las que las mas conspicuas serían On the Road de Jack Kerouac y Lolita de Nabokov. Tanto en Lolita como en On the Road el viaje por carretera y el espacio vital delimitado por la cabina del auto y su prolongación natural, que es el cuarto de motel de carretera, le permiten a los personajes mantener una cercanía que no cabría dentro de la normalidad de otro tipo de espacios. Fuera del auto y sin la excusa del viaje, Sal Paradise encontraría difícil de explicar la necesidad de él y los muchachos de estar siempre juntos, o la de Humbert de cohabitar con su hijastra Lolita. En el caso de Asfalto este espacio de tierra reclamada se ha convertido, mas bien, en un castigo autoimpuesto cuya mortificación se revela a los personajes de manera gradual pero ineluctable. Como suele ocurrir con muchos de los libros de Chaves, la felicidad, si existió alguna vez, solo puede ser recobrada a través del recuerdo que contrasta tristemente con el presente. Las relaciones que describe Chaves están eternamente en crisis, no hay amor, sobrevive la costumbre, y el desprecio y el hastío invaden todos los actos. Si el texto se redujera a esto, sería simplemente un retrato de la amargura; sin embargo, su verdadera moneda, descubrimos con asombro, es la nostalgia. Chaves quiere que veamos lo hermoso destruido para que comprendamos por contraste la belleza perdida. Se muestra siempre rudo en la puesta en escena donde la crueldad es cosa de todo momento, pero por debajo sentimos el quejido y Chaves quiere que lo escuchemos. Nunca más claro esto que en el nostálgicamente titulado fragmento En el retrovisor los objetos se ven más pequeños de lo que realmente son:
En el retrovisor, ojos, cejas y media frente. En el espejo retrovisor se le ve pensar mientras conduce. Memorias que pasan igual que los postes del tendido eléctrico, los portones, las cercas que dividen los llanos. Recuerdos como mojones, como mariposas estrelladas en la parrilla del radiador. Memorias de un fin de año en Corcovado, juntos, mojándose los pies en el Pacífico, el gran Pacífico. Sentados, cavando con el índice agujeros sucesivos en la arena; diciéndole, ésta es la casa de un caricaco; ésta, de un cangrejito; esta, de una tortuga. La imagen nítida de la cabeza de ella girando para replicar: Las tortugas no viven en la arena. Luego, la espuma retirada, los pelícanos planeando en hileras perfectas, rozando la pared de agua de las olas que casi reventaban, y su respuesta después de una pausa: ésta tortuga sí, porque tiene síndrome de down y no aprendió a nadar. Y la risa, la risa en este momento es solamente uno de esos postes que cruzan la ventana y se encogen en el mismo retrovisor donde se le ve decir en voz baja:
-Corcovado blues. Tanto verano, tanto sol, tanto viento norte, tantas vacaciones para salir en todas las fotos con los ojos cerrados.
Recuerdos, humor, fotos, nostalgia. El fragmento esta inserto entre otros que hablan de como las bromas de ayer son la chota de hoy y de como les molesta ahora hasta el modo de pestañear del otro. Alto contraste.
El fragmento nos ofrece otra faceta característica de la literatura de Chaves, la irreverencia. A Chaves se le puede acusar de muchas cosas, pero nunca de politically correct. Al leer su poesía se nota que le importa poco cual norma del buen gusto oficial se transgreda con lo que escribe. Esta es una virtud intrínseca en cualquier autor porque inevitablemente lo lleva por la senda de la honestidad a la revelación de verdades profundas sobre si mismo que en una conversación normal probablemente callaría. El atractivo de esta honestidad temeraria es innegable, porque el lector sabe que si el autor se esta corriendo el riesgo de quedar como un patán en su texto es porque todo lo que ahí se dice tiene que ser verdad. Porque siempre se maquilla primero al autor (o al personaje que es el autor) y las verdades se dicen siempre sobre otros, y cuando aparece alguien que dice la verdad sobre si mismo, podemos, con confianza creerle todo lo que dice. Esa confianza del lector, en la literatura, vale su peso en oro. Y esa es la razón por la cual Chaves tiene tanta resonancia entre la juventud que se identifica con su literatura directa que habla de las cosas que sienten de frente y sin miedo al juicio ajeno.
Finalmente podemos decir que esta es la primera obra de prosa indubitable de Luis Chaves. A pesar de que Asfalto sea un Road Poem, es prosa y punto. Chaves, en cambio, en su búsqueda de lo inefable perdido, sigue siendo un poeta.
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