Por Julián Gutiérrez
La máquina de hacer niebla.
Luis Chaves.
Sevilla: Ediciones
La Isla de Siltolá, 2012.
215 páginas.
La
máquina de hacer niebla (Sevilla,
2012), es el más reciente libro del destacado escritor costarricense, Luis Chaves
(San José, 1969). En sus 215 páginas que lo componen, el autor reúne una amplia
selección de su poesía publicada durante los últimos quince años. Suceden al
prólogo de José María Cumbreño, alrededor de 85 textos correspondientes a sus
cinco poemarios editados: Monumentos
ecuestres (2011), Asfalto: un road
poem (2006), Chan Marshall
(2005), Historias polaroid (2000) y Los animales que imaginamos (1997). La
mayoría de los poemas, además de transitar entre la forma del verso y la prosa,
enfatizan lo narrativo y huyen de toda pretensión lírica; aunque no de la
intensidad y del rigor en el uso del lenguaje.
En
una primera lectura, llama la atención el predominio de una perspectiva que se
proyecta desde los detalles. Este punto de vista, a partir del cual parece observar
siempre el sujeto que transita su obra, se caracteriza por ir de lo más próximo
a lo más lejano. Así arranca el viaje de los ojos, a modo (tal vez) de ese profundo
compromiso con el entorno más familiar y vital que sus palabras denotan. Allí
los espacios del hogar y las cosas que lo pueblan, las situaciones de la vida y
los recuerdos: fotografías, escenas y los inevitables detalles por donde se
cuela el mundo. Todo esto, en una suerte de asumida ruta de acceso, directo y
trasparente, a la “realidad”; la que es mostrada en su desnudez: sin maquillajes,
sin estereotipos, sin retoricismo.
Sin
embargo, más allá de esta mirada que trasuntan sus poemas, es posible advertir también
el dejo de un dolor: el de la distancia y la separación. Cada página, a pesar
de la ironía y el humor presente en ellas, deja percibir cierto tono
melancólico: “Cómo será tu casa /…/ tu lugar, qué pensarás” (p.27). En cada
objeto o cosa que el poeta esboza, se descubre la intencionalidad de un toque,
un contacto: la necesidad de (re)establecer un vínculo. Cada gesto visual constituye
una apertura a lo que no está y falta: lo que fue y no será. Como en aquella
frase que lucha por aferrarse al concreto, de su poema Grafiti: “aquí te vi por
última vez” (p.200).
Y
es que, en el fondo, la poesía de Chaves pareciera ser el despliegue de una
constatación ineludible: la de un tiempo avasallado por la muerte. Esta es la
tragedia que transcurre entre sus palabras; la que, a modo de un “tictac
interno”, junto con latir, jala desde su más lúcida conciencia:
[…]
“¿Cuánto falta?
pregunta el niño de la mente
y la bengala entra, en cámara lenta,
a la noche de estrellas
hasta consumirse.
(p.44).
En
esta escena, pasado, presente y futuro parecen converger como en un movimiento
que se disuelve. Pues si bien para Chaves la poesía es “la voz del recuerdo”, también
nos advierte que “[a]quí, sin embargo, se habla de futuro” (p.48). Y claro. Es
en el horizonte del porvenir donde resuenan y adquieren sentido sus palabras.
Es en esta perspectiva que, en el transcurso de su obra, es posible también
constatar la intensidad de una voz a la que parece dolerle el futuro; o
sufrirlo mucho más que el pasado. Esto tal vez porque, como suele decirse, la
muerte (la de un familiar, por ejemplo), no aterra tanto por el hecho mismo,
sino por la soledad que desde ella nos aguarda. Al respecto, otro poeta explica:
“Nos representamos lo que nos queda por vivir y, empañada todavía por las
lágrimas y la incertidumbre, vemos, borrosa en la lejanía, la ruta que nos
aguarda, los instantes que desde ahora, desde esta muerte, tendremos que vivir
solos, sin la compañía que gozáramos hasta hoy” (Millas 2009:47).
De
ahí, posiblemente, la presencia recurrente en los textos de Chaves, de la
fotografía y de las pequeñas escenas de vida que esbozan, de un modo casi
cinematográfico, diversos relatos. En ellos el poeta da cuenta que: 1) “las
cosas no mejoran con el tiempo” (p.155) y 2) la sonrisa (o la felicidad) “dura lo mismo/ que ese instante mínimo/ entre
el flash y el obturador” (p.156).
Respecto
a las fotografías, y recurriendo (inevitablemente) a Barthes, se puede decir
que simbolizan el ocultamiento de la muerte, el tiempo interrumpido y el
testimonio de lo que fue. Late en ellas, por lo tanto, un intento de conservar la
vida y luchar contra la muerte. La vista es su condición previa y la memoria, su
condición posterior. Las fotografías, que en Chaves casi siempre son “Fotos mal
centradas”, constituyen recuerdos en los que, además de mantener la perspectiva
del detalle como criterio clave de su discurso (un zoom constante), punzan, como
testimonio inevitable, el dolor de lo imposible: lo abolido, lo que no podrá
ser:
En
la vieja billetera moldeada por la nalga, la fotografía de épocas mejores. Los
dos en un parque de otro país. La foto en la que para siempre ella mirará, no a
él, que la abraza, sino al desconocido que la tomó (p.80).
En
cuanto a las escenas presentes en los textos, todas ellas corresponden a
pequeñas historias en las que, similar a lo que realiza Carlos Sorín en el
cine, los detalles adquieren relevancia. Constituyen, en su mayoría, historias mínimas cruzadas por el tema
del viaje, y a través del cual, el
sujeto lucha inevitablemente con la distancia que impone el tránsito de la vida
misma y la precariedad de nuestra condición humana: siempre permeada por el
sentimiento de la pérdida y la (im)posibilidad de lo que se espera, como en Propuesta para escena de videoclip:
[…]
La oscuridad se hace lugar entre
nosotros,
tan densa y pesada,
que sentimos viajar cada uno solo.
Con tu izquierda buscás una canción en
la radio,
yo solo miro la autopista
creada metro a metro por los focos.
(p.167)
Como
se podrá dar cuenta el atento lector, en la poesía de Luis Chaves se despliega el
escrutinio del tiempo (nuestro tiempo) y la expresión de una conciencia lúcida
que, por medio de una estrategia alejada de toda pretensión metafísica, deja
entrever -además de una percepción nostálgica del futuro-, la única
constatación posible de la historia, esto es (trocando una expresión de Raúl
Zurita): que no hemos sido [del todo] felices.
REFERENCIAS:
Millas,
Jorge (2009). Idea de la individualidad.
Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales.
Barthes,
Roland (1989). La cámara lúcida. Nota
sobre la fotografía (trad. de Joaquim Salas). Barcelona: Paidós
Ediciones.
Historias mínimas [película]. Dir. Carlos Sorín.
Argentina, 2002.
Zurita,
Raúl (2006). Los poemas muertos.
Tlalpan, México: Ácrono y Umbral Ediciones.
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