Por Julián Gutiérrez
Llámese “mujer” o “clases oprimidas de la sociedad”,
es la misma lucha, y nunca existirá una sin la otra.
(Julia Kristeva)
Isabel Gómez, en
una entrevista concedida, anunciaba su último trabajo poético como: “un homenaje a los pueblos originarios, con un cruce de
tópicos que abarca la inmigración y los desarraigos, sumido en un mundo
neoliberal donde la soledad del ser se expresa dentro de un sistema que abandonó
a la humanidad.” En una primera lectura, Los días que
no escribí, su octavo y más reciente poemario, se presenta como una clara
constatación de ese anuncio. Pues en dicho libro, a través de sus 62 páginas y
las tres secciones que lo componen, transita un hablante que, desde su condición de “inmigranta”, indaga las
dimensiones de una memoria histórica y existencial, colectiva e íntima, en la
que confluyen la tragedia de los antepasados indígenas y de quienes han sufrido
el maltrato y el despojo, la soledad y el desarraigo.
La primera sección del poemario alude al genocidio de los
pueblos originarios, a través de la figura de Lola Kiepja, última Selk´nam
original, y de Calafate, niño Selk´nam de 9 años sobreviviente de los
zoológicos humanos. En la segunda sección, la tragedia se proyecta desde la
situación de la propia voz predominante en los poemas: “la inmigrante de estos
pueblos”. Y a partir de ella, la búsqueda de tantas mujeres que, como “las
madres de mayo” o insignes luchadoras sociales como Celia Sánchez, Juana Doña,
Flora Tristán, Eulogia Román, María Ramírez, han marcado el camino “hacia el
horizonte de una nueva memoria”. En la tercera parte, la catástrofe confluye,
desde el presente mismo, como una voz simbolizada en una sobreviviente que
persiste indagar esa herencia de silencios, muy consciente –eso sí– de que como
mujer no carga con la responsabilidad de la traición patriarcal:
Yo no cubrí de metales las aguas de tu
río
No cambié religión por canto de los
pueblos
No encarcelé a Mandela
No trancé los ideales de la Comuna de
París
No lancé la bomba de Hiroshima
No masacré a los trabajadores
de la Escuela Santa María de Iquique
No imaginé la barbarie del patio 29
No expulsé al pueblo Palestino de sus
tierras
No promulgué el fundamentalismo de
mercado de Milton
Friedman
Un discurso solidario y colectivo que, como podrá ver el
lector, hace presente un cuestionamiento crucial: la crisis de la modernidad en
curso y, en particular, la barbarie del sometimiento. Lo que para el caso de
Latinoamérica viene a ser el ejercicio de un colonialismo (eurocéntrico y
patriarcal), aún palpable a través del fascismo alojado en su cultura
predominantemente depredadora, individualista, competitiva y negadora del Otro.
Condición que, como advierte Eric Fromm, no hace más que corroer las
posibilidades de todo humanismo y subsistencia humana. Como testimonio de
dicha debacle es que en este libro la autora busca hacer presente, entonces, a quienes
han sido desterrados, silenciados y exterminados. A quienes la Historia, esa escrita
con mayúscula, ha querido borrar: indígenas, mujeres y, a través de ellas, esa
mayoría excluida, desarraigada y negada. Convirtiendo estas páginas en una
poética de la memoria: de sus cuerpos, sus luchas, sentires, lenguajes,
visiones y sueños relegados:
Soñaban con volver a casa
después que estas ruinas los dejaban
en otros territorios
otras etnias
otros sitios baldíos
en el desarraigo de la historia
Sin embargo, en el
corazón de esta decisiva obra de Isabel Gómez, parece latir un impulso utópico
mayor. Su búsqueda no sólo trata de rastrear (en el cuerpo social y cultural de
lo existente), nuestra colonialidad ocultada, a modo de una conciencia
oposicional que denuncia, confronta y contradice. También hay algo de un
“estado de melancolía” que –desde la perspectiva de Doris Moromisato–: junto
con dejar entrever la falta instalada en el sistema, manifiesta una
(im)posibilidad o deseo que moviliza a quien escribe. Conciencia que, en este
caso, y tal como lo expresa el poeta Raúl Zurita en su texto de presentación,
conmociona por la “desmesura de su intento”: “mostrar… con las palabras de un
idioma impuesto… la aniquilación de un pueblo cuya herida no está en las palabras
sino en la realidad, pero que solo la irrealidad de las palabras puede en parte
suturar”.
Lo anterior
permite suponer que, en la poesía de Isabel Gómez, la conciencia sociohistórica
se entreteje con una indagación que va más allá de lo memorable, adentrándose, también,
en una suerte de insondable ausencia: el olvido, el silencio, lo no ocurrido ni
dicho: lo que pudo ser o, tal vez, esa “verdadera vida [que] está ausente” –según
Rimbaud–. Formidable conciencia existencial que, en diálogo con Dasein y
Enemiga de mí (anteriores libros, donde lo personal y colectivo también
confluye), intenta hacer presente aquello que Jorge Boccanera alude como una
“persistencia”. La energía de una poesía que sabe sobrellevar la contra y el
secreto de la propia vida. Ese espacio en blanco de lo oculto o negado: esa ausencia que atraviesa a la poeta como un
misterio, una melancolía, un desgaste, una erosión; un(a) enemigo(a), una Otra;
o la amenaza de un desaparecer silente: el olvido o “esos tiempos que nadie
recuerda”. El poema extraviado:
En estos días
pareciera que nada quisiera quedarse
solo persiste la demencia de estas
cruces
a la sombra de un
río que se adentra por los huesos
cada vez que te vas en otros signos
otras formas de olvidar
Los nombres que dejamos en nuestra casa
ya no están
Dónde está mi poema
hacia qué extraña luz ha
transitado.
En definitiva, la
palabra como territorio utópico, lugar de resistencia; y la escritura como
búsqueda, ejercicio de redención y última esperanza. Una manera de hacer frente
al abismo de la muerte, de retornar de la horrorosa realidad que borra y, entre
tumbas, “reescribir la libertad que un día esperamos”. Poética radical que,
desde el más horrendo despojo, da cuenta de una posición de sujeto que no
transa el sentido de lo humano como lo más propio de su espera:
Se escriben las cosas que nunca dijimos
las siluetas disidentes del cuerpo
Se escriben los
viajes donde los obreros de mis plumas
cabalgaban en otros libros
Se escribe la paz que un día retornó a
nosotras
y guardamos en cofres porque nadie fue
a nuestra cita con
la libertad
Referencias:
Fromm, Erich. Las cadenas de la ilusión.
Trad. Enrique Martínez. Buenos Aires: Paidós, 2016.
Moromisato, Doris. “Estado de melancolía. La
otredad en la escritura”. A imagen y semejanza. Lima: FCE, 1998. 61-77.
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