lunes, 8 de marzo de 2010

LA FIESTA Y LA CENIZA" DE FRANCISCO VÉJAR.


La poesía de Francisco Véjar se despliega lejos de toda pretensión y trucos de laboratorio. Su voz, su forma y sus contenidos se apartan de fingimientos y astucias; no fuerza un poetizar más allá de su propio mundo espiritual, biográfico, de lecturas, experiencias y emociones. Se advierte, incluso, una cierta timidez, un retraimiento, una inhibición -que no viene a mal- al momento de decir y que se compadece con el tono esencial del poemario. En efecto, La fiesta y la ceniza parece estar construida en torno a una secuencia de imágenes que ponen en duda la realidad inmediata, aluden a su opacidad y a la resistencia de las cosas, puesta en duda que incluye al poeta e involucra al lector ("La realidad es un pozo ciego/ donde la niebla matinal/ desaparece con el sol"). La realidad, de este modo, para Véjar parece siempre en proceso de perder una y otra vez su consistencia, es una inasible materia que se difumina, desfallece y decae y que el poema sólo puede acoger en su ser precario, evanescente y fugitivo devenir.
Los versos de este libro, incluidas sus traducciones, poseen un colorido común, que les concede unidad; es un colorido pálido, el colorido sepia a que alude el epígrafe inicial, el colorido amarillento de las viejas fotografías, al que se refiere el último poema del libro, el color de las cenizas. Los versos de esta obra podrían concebirse de este modo como parte de un álbum de fotografías que van perdiendo su color con el tiempo. El pasado -que el poeta intenta fijar en sus poemas- no queda libre de su disolución, sino que allí, en el poema, aparece en su momento final, a la luz del ocaso. "Yo seré parte de ese mundo", afirma el último verso de La fiesta y la ceniza, una de las pocas certezas declaradas por el poeta a lo largo del libro, que no resta, sino que añade valor al carácter más bien exangüe de estos versos.


El hablante de estos poemas conjuga frecuentemente un verbo que lo define en su relación con el mundo y las personas: caminar. Así, señala "Caminamos para saber lo que pasa/ al otro lado de unas puertas", "caminar, siempre caminar" o "Es grato caminar solo por la playa". Su caminar, sin embargo, posee dos rasgos que los distinguen: primero, es un caminar solitario, ya sea entre las multitudes de la ciudad o frente al mar y, segundo, es más bien un deambular sin punto fijo, un callejear, en que no se da un recorrido entre dos marcas conocidas -la partida y la llegada-, sino un girar a tientas entre tinieblas (la imagen de la niebla y de la bruma aparece varias veces en estos versos) o, cuando se trata de la vida, entre vagos anhelos. Es en medio de ese caminar en que surge la fiesta, pero sólo como un relumbre pasajero o ilusorio: "Somos la fiesta y la ceniza/ espacios de luz que se debaten entre tinieblas/ o el anhelo de pertenecer a algún lugar" y "la fiesta siempre está en otra parte".

La referencia a Jean Tardieu ("nosotros somos la fiesta y la ceniza") -que preside este libro de principio a fin- señala hacia esa sensación, cuya riqueza y contrariedad es inagotable de definir, que surge y se sostiene sobre el abismo abierto entre la fiesta y el residuo restante de la misma. El libro de Francisco Véjar recoge, con honestidad, contención y delicadeza formal, su cosecha de cenizas.


Pedro Gandolfo.

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