Ignoramos el por qué las cosas nos buscan ávidas por convertirse en símbolos. Hay quienes han vislumbrado en la historia universal el desarrollo de diversas metáforas. Otros, tal vez con mayor justicia, han conjeturado que el ser humano no soporta demasiada realidad, postulando la poesía, con su vertiginosa capacidad lingüística, como una suerte de gozoso exilio. Es problable que las palabras, como arbitrario repertorio de signos que son, sólo sirvan para la estética y no para la búsqueda de la verdad. Aun así el poeta, como bien afirmaba Paul Celan, es quien arroja al mar un mensaje en una botella, con la secreta esperanza de que algún día las olas lo empujen a tierra, "a las escarpadas costas del corazón".
Los lenguajes de la naturaleza son múltiples; la poesía, como lenguaje esencialmente humano, como puesta en juego de la imaginación, impulsada por un fervor misterioso y desconcertante que nos impulsa a escribir como si se tratara de una necesidad fatal, busca aspirar a esos otros lenguajes, apropiárselos y descifrarlos con una mirada auroral y perpleja, buscando el desencadenamiento simultáneo de todas sus fuerzas simbólicas.
Armando Roa Vial
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