En su nuevo libro, Inspirado en 39 fármacos de consumo habitual, este poeta chileno aborda los miedos al dolor y a la muerte desde una perspectiva más lúdica, con su habitual laconismo y rigurosidad.
Armando Roa Vial ha producido textos poéticos de impactante brevedad, aliento rítmico y cadencia musical: El Apocalipsis de las palabras, Zarabanda de la muerte oscura, Hotel Céline y ahora Los hipocondríacos no se mueren de miedo. Es difícil resumir el sentido de una obra rigurosa, de gran belleza formal; diríamos que Roa, perplejo ante las insuficiencias de la religión y el optimismo de las ideologías, ha buscado el conocimiento espiritual fuera de las instituciones organizadas. Los escritores líricos son tan conscientes de la realidad como cualquier novelista o historiador, aunque deben condensar los problemas generales en un lenguaje personal, único. Roa lo ha logrado gracias a sus inquisiciones en torno al movimiento de nuestra vida mental y social y a las poderosas, invisibles fuerzas que subyacen detrás de los momentos conscientes.
En Los hipocondríacos..., colección compuesta en cuatro partes, con unos 50 poemas, todos precedidos por nombres de psicofármacos (diazepam, sertralina, ravotril), el bardo transforma lo macabro y devastador de la enfermedad, la descomposición, la muerte, en algo oblicuo, paródico, hasta liviano: "El desagüe/ de la sangre/ en las vesículas seminales/ se despliega/ no sin un ligero chapoteo tembloroso./ Y la muerte gruñe a placer,/ como queriendo romper la monotonía del paisaje./ Pero nada hay de mórbido en todo esto: la vida para algunos, es apenas una eyaculación/ post mortem". Una tonalidad trágica habría estado fuera de lugar en semejante pieza; además, la literatura reciente se ha visto dominada por una tendencia al tremendismo, tornando en predecible lo que debió ser fresco, natural.
Los hipocondríacos... expone una veta elegíaca, sobre todo en las secciones "Nosofobia hipocondríaca: aportes a la historia natural del cáncer" y "Responsos...", características de la escritura de Roa en las metáforas e imágenes inusuales y un escepticismo que deja en suspenso las afirmaciones categóricas: "Ah, Dios, ardió mi odio retórico/ que nunca nadie respondió:/ el idioma del repudio,/ episodios de un adiós". Las estrofas dependen de las preguntas en torno al sentido mismo de los vocablos, de los pensamientos que corren, vertiginosos, antes de permitírseles aparecer en la página: "Entendamos este punto de vista:/ somos la palabra fuera de curso/ ante el estrépito de la máquina de escribir:/ el latido averiado del poema,/ el cepo de un rito desahuciado/ en incursión esporádica aunque tenaz:/ sin domadores, payasos, ni trapecistas...". Tal como las poesías de Emily Dickinson fueron descritas como brasas de un incendio extinguido, muchos títulos de Roa podrían ser los restos de tentativas rechazadas.
La inspiración, cualquiera sea su fuente, parece nacer de un continuo reconocimiento del "sólo sé que nada sé". Los políticos siempre poseen certidumbres y no quieren averiguar nada acerca de ninguna cosa, puesto que así verían disminuidos sus argumentos. Los genuinos creadores líricos deben repetir sin cesar que no saben; cada esfuerzo representa un intento por responder a ese vacío y cada vez que la frase final golpea la hoja, el poeta de nuevo titubea, percibe que todo es pura provisionalidad. Esta oscilación - la mañana es noche o la alegría del viernes es terror un domingo- es lo que repele a aquellos que buscan en los escritores una filosofía de la existencia o instrucciones morales consecuentes. Y cuando hay un discernimiento ético, él no se manifiesta en la forma de un sermón a los demás, sino por medio de la autocrítica o la inestabilidad. Sólo así puede un artista de las palabras aspirar a sentirse íntegro, libre, incontaminado.
Los hipocondríacos... casi siempre mantiene ese temperamento indeciso, derribando la muralla entre la oscuridad del alma y la luz racional del día. Quedan a la vista el horror y la fealdad. En una crisis semejante, se pueden construir defensas contra el temor, rehuyendo la propia vulnerabilidad o bien se opta por caminar lúcidamente a través de esos miedos, examinándolos mediante recursos individuales. Está claro que Roa ha escogido esta segunda ruta.
Por Camilo Marks
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