Por Jesús Sepúlveda
El realismo onírico es el ojo
del ensueño, que trastorna la conciencia para que viaje a un estado alterado de
plenitud e intensidad sensorial. Breton y sus adláteres vieron en el
sicoanálisis la afirmación de algo que ya intuían: soñar es tan real como la vigilia.
Se habita la realidad tanto despierto como soñando. El superrealismo –o
surrealismo- trata de superponer sobre la realidad lo imaginario y lo
irracional mediante el automatismo psíquico expresado en la escritura
automática. Como resultado obtiene una serie de imágenes oníricas que,
paradójicamente, el pincel ha sabido mostrar con mayor ferocidad. Los
surrealistas pensaban que explorando en el subconsciente del individuo –o en su
inconsciencia- afloraba lo irracional e imaginario reprimido por el superyo y
la conciencia. Hacer que aflorase el inconsciente colectivo en la obra
individual se suponía una proeza. Huidobro lanza entonces su diatriba
creacionista, propugnando que el poeta debe alcanzar la supraconciencia –o
estado de delirio poético- a fin de crear mundos autónomos y nuevos. El poeta
debe hacer vibrar la caja cerebral a su máxima capacidad a fin de hallar un
estado de conciencia extrahabitual. Pero la maravilla también puede ser
sicodélica. Los paraísos artificiales fueron explorados por los beats, que
removieron el piso de la conciencia estándar a base de sicotrópicos y
coloquialismos callejeros. El resultado de sus vivencias fue un aullido que ya
lleva 50 años perdurando y una prosa improvisada trashumante que recorre la
carretera panamericana. Pocos años antes, y retomando el hilo de la búsqueda de
la maravilla mediante la estética de la belleza convulsiva y la intuición del
azar objetivo, Carpentier había abierto un prieto baúl caribeño con alhajas y
tambores. Encuentra entonces, en la mixtura y el hibridismo, una realidad
maravillosa: el continente americano. Como en la patafísica, que propone
soluciones imaginarias a problemas concretos, los cultivadores del género
fantástico también sintieron idolatría por la irrealidad. La magia tiene su
entrada tardía en el imaginario del circuito hispanoamericano. Adondequiera que
se mire hay magia, porque ésta es la condición de América Latina. ¡Bah!
Pareciera que con el realismo mágico nos hubiéramos apropiado de Rilke para
mirar el mundo como si lo viésemos por primera vez. Pero, ¿qué se ve cuando se
mira: un cráneo de bronce vallejiano, un aleph borgeano, un sicomago haciendo
antipoesía, o todo junto? El brujo yaqui, don Juan Matus, le recomienda a
Carlos Castaneda que mire intensamente sin fijar la vista. Aquí es donde el
brujo y el poeta se encuentran, porque si el estado de ensueño es un acto de
brujería para viajar entremundos, la poesía es la resonancia vibratoria que
hace que la conciencia viaje por el espacio y proyecte su ojo en la realidad ensoñada.
Los aborígenes australianos creen que las hormigas verdes sueñan el mundo.
Segismundo se preguntaba lo mismo: ¿es la vida sueño? Los monjes hinduistas
hacen votos a Brahma, que sueña el mundo donde se baten a duelo Visnú –el
preservador- y Shiva –la transformadora-. Quizás los antiguos mayas estaban en
lo cierto: la Tierra pasa por un haz de luz cada 5 125 años, despertando la
mente y la inteligencia dormidas. Cuando Nezalhualcoyótl, angustiado, se
lamentaba ante la fragilidad de las flores, el verso alejandrino detenía el
mundo en una imagen dictada por el labio clerical: resonancia humana en
desasosiego. ¿Será el año 2012 otra farsa enquistada por la ansiedad
civilizatoria? ¿Es que la serpiente de Paz se enrolla sin saber dónde está el
comienzo? No hay nada que el cuerpo no diga, porque su carne triste entre los
libros gobierna y timonea. La gata se desliza por un librero viejo como teclado
mudo y abre la página en el poema Zona. El cuerpo también es la antena que
sintoniza -o se quema- dependiendo de cuantos voltios traiga el haz de luz. Sin
experiencia no hay materia y sin pulpa no hay realidad. Cuando las palabras son
ajenas, dejan una cáscara quebradiza sin eco que no sabe gozar. El sueño afila
la noche y renueva los tonos de la acuarela. Sentir con los sentidos, mirar con
los oídos, ver con la mente, como animales a destiempo, así somos: buscadores
de sincronía entre sueños y pétalos de realidad.
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